OJO SPOILERS POR UN TUBO DEL EPISODIO FINAL DE DEXTER.
Datos de audiencia récord en la despedida de Dexter el pasado domingo, convirtiéndose, con 2,8 millones de espectadores, en el episodio más visto de la historia de Showtime. Un adiós necesario ya desde hace algunas temporadas y que nos deja sensaciones encontradas, de admiración por la capacidad que en sus inicios tuvo de convertir en héroe a un criminal, a un justiciero que, pese a acabar con despreciables elementos de la sociedad, no dejaba de ser, en cierto modo, tan culpable como sus víctimas y sensación también de tristeza, tras ver cómo la serie se fue pudriendo en su afán por estirarla, dejando sin contenido las historias y alejando a Dexter de los espectadores de tal modo que se hacían casi injustificables ya sus crímenes.
Era difícil terminar la historia de buenas maneras, era complicado, especialmente para un producto norteamericano, dejar al protagonista sin castigo, pero al final no han hecho ni una cosa ni la otra y. aunque no me atrevo a proponer un final alternativo al que nos han ofrecido, creo que las cosas se podrían haber dejado mejor resueltas. Lo resumo en unos pocos puntos:
– La muerte de Debra: siempre ha sido el punto débil de Dexter y no extraña nada que su muerte haya sido la gota que ha colmado el vaso de la desesperación de su hermano. La escena en la que retira la respiración artificial y se la lleva en su barco ha sido lo mejor de este episodio final y hubiera quedado muy poético terminar con ellos dos entrando en la boca de la tormenta. Sin embargo, por alguna extraña razón, los guionistas optan por dejar a Debra en el fondo del mar para siempre, junto al resto de criminales que su hermano ha ido matando en los últimos tiempos, un lugar muy poco adecuado para ella, salvo que sea su castigo por matar a LaGuerta y no se haya querido pasar por alto que ella también era una asesina. Muy poco amoroso por parte de Dexter dejarla ahí si no va a tirarse con ella.
– La no muerte de Dexter: verle entrar en la tormenta anunciaba un destino fatal y casi heróico para nuestro protagonista y, sin embargo, cuando ya esperábamos los créditos, llega la sorpresa con su presencia en algún lugar del mundo, abandonado físicamente y en soledad. Esa mirada que dedica a la cámara al final, no hace sino presagiar que sigue en su imparable necesidad de matar, dejando un final abierto que no satisface a nadie, salvo a los que ya han empezado a hablar de spin-off.
– El abandono de Harrison: No tengo claro si esto es una buena noticia o una mala. Es cierto que la posibilidad de que el crío desarrollara un instinto asesino como el de su padre existía y el bueno de Harrison, con esa carita angelical, no merecía tal cosa pero ¿con Hannah? Salir de Málaga, para meterse en Malagón. Decididamente, no es una solución que nos permita pensar que esto es lo mejor que un padre puede hacer por su hijo.
– La imagen de la comisaría: si alguien queda mal en ocho temporadas de crímenes es el equipo de esta comisaría, incapaz de reconocer todas las pistas que delante de sus narices han ido desfilando. Ya no es solo que tuvieran al asesino en casa, es que mataba a sus propios compañeros y nadie logra detenerlo. Con policías así, la gente de Miami no parece estar muy segura.
Pero no todas los recuerdos que nos deja Dexter han de ser malos. Ocho años de historias nos han servido para disfrutar de muy buenas temporadas, de grandes interpretaciones, de sentimientos encontrados en nuestra propia experiencia como espectadores, porque Dexter ha tenido muchas cosas positivas:
– Su cabecera: lo más brillante sin ninguna duda, una clave para lo que la historia fue después, con esa mezcla de desagrado e inocencia. En un tiempo en que las cabeceras casi desaparecen de las series, esta será recordada por su gran calidad.
– El héroe imperfecto: no es el único, pero sí uno muy destacado, en una época que está claramente marcada por protagonistas que distan mucho de ser el héroe clásico de ficción. Aunque haya terminado defraudando en muchos aspectos, la culpa la tiene el cansancio derivado de un exceso de temporadas, pero la esencia del Dexter primero merece ser representativa del momento histórico de la exitosa ficción de pago de los 2000.
– La némesis de cada temporada: destacado John Lithgow en su papel de Trinity, una de las mejores temporadas de la serie, especialmente con su brutal e inesperado final.
– Lo cuidado de la puesta en escena en los crímenes: desde las mutilaciones de los cuerpos en la primera temporada hasta las recreaciones bíblicas de la sexta temporada (un acercamiento a la religión, por cierto, muy desaprovechado narrativamente) y, por supuesto, la ausencia de temor a la hora de encharcar de sangre cualquier escena que lo pidiera.
– Las acciones de marketing en la calle y algunos de los carteles promocionales que llevaban esa dualidad entre lo brutal y lo tierno siempre han sido uno de los sellos de identidad de Dexter y uno de sus puntos fuertes.
Aunque el final nos haya podido dejar mal sabor de boca, aunque sus últimas temporadas no terminaran de estar a la altura, en perspectiva Dexter ha sido una buena serie, una que ha merecido la pena ver. Su desgaste solo debería servir para que los directivos de las cadenas se den cuenta de cómo afecta al producto final un ansia por continuar con algo que ya no tiene más recorrido.