Esta semana tenía lugar en Tordesillas una nueva edición de El Toro de la Vega, esa tradición que desde hace años consiste en sacar a la calle a los más valientes del pueblo para perseguir y lancear a un toro hasta darle muerte. Como con tantas otras tradiciones de estas características que aún perviven en España, la población se divide entre quienes consideran que debería estar prohibida por bárbara y quienes entienden que es una fiesta más, llegando incluso a afirmar que el animal no sufre (sic).
Con festividades como esta se despiertan las conciencias de muchos presentadores de televisión, que no pueden evitar utilizar sus «púlpitos» frente a las cámaras para, venga a cuento o no, dar su opinión sobre estas cuestiones polémicas, a favor unos, fervientemente en contra otros. Los más llamativos este año han sido los comentarios de Jorge Javier Vázquez, quién se muestra a menudo partidario de prohibir cualquier festejo relacionado con los toros, y Mariló Montero, que tuvo a bien dedicarnos otro de sus discursos, en este caso a favor de mantener la tradición.
Como espectadores de televisión, especialmente de programas que no son precisamente un análisis de expertos en la materia a tratar, la que sea en cada momento, me pregunto hasta qué punto nos interesa la opinión de sus presentadores. Es cierto que los seguidores habituales de programas y los personajes que los habitan, terminan sintiendo una cierta cercanía hacía ellos, como si los conocieran de siempre, como si formaran parte de la familia, y esto incluye conocer sus más íntimos sentimientos hacia cosas que suceden más allá de los contenidos del programa. Estos comentarios además los humanizan y los apartan del concepto busto parlante que han tenido los presentadores de televisión en otra época, una práctica segura que evitaba la fuga de audiencia que podría provocar un desencuentro en temas que nada tienen que ver con el programa.
No cabe duda que el avance de los tiempos conlleva una naturalidad que además es muy de agradecer, pero en algún punto debería estar el límite. Pasamos de bustos parlantes a la presentadora de un magazine en una cadena pública haciendo editoriales con sus opiniones más personales sobre sociedad, religión y medicina o a conductoras de informativos adjetivando las noticias a las que van a dar paso y haciendo mohines que muestran claramente su acuerdo o desacuerdo con la información que presentan. Al mismo tiempo, rostros dedicados al corazón y a sacar trapos sucios de famosillos de cuarta, se envalentonan de cuando en cuando para reivindicar sus ideas que, las compartamos o no, nos cuentan con un tono doctrinal que personalmente me irrita.
Me gusta que los presentadores de televisión sean humanos, cercanos y que tengan ideas propias que puedan comentar cuando viene al caso, pero no quiero que la televisión se convierta en una sucesión de púlpitos donde el personaje popular de turno aprovecha sus minutos de directo para sermonearme sobre sus ideas. Hay programas de telepredicadores estupendos cuyos formatos se pueden adaptar para quienes tengan la necesidad de explayarse abiertamente sobre su concepto de sociedad, sus ideas políticas, las leyes que reformarían o las costumbres que escribirían en piedra para preservar. Igual ha llegado el momento de ponerlos en antena.
Yo creo que simplemente se trata de los tiempos en los que vivimos. Ahora, incluso las estrellas más lejanas están al alcance de un click. Yo puedo ponerme en contacto con mi ídolo del periodismo o conocer el día a día del cantante que me gusta por medio de las redes sociales con fotos e informaciones que ellos mismos comparten. Ya no existe esa distancia de antes entre la gente de a pie y los personajes públicos. Supongo que lo que comentas en la entrada no es más que otra faceta más de este acercamiento famoso-espectador. Ahora, las presentadoras de informativos escriben columnas en revistas para mujeres pijas contando sus desventuras con la lactancia materna, que la niña se cagó justo cuando yo contestaba un Whatsapp y que ser mujer y madre es muy duro, después tienes al busto parlante de deportes anunciando bragas y colgando en Facebook las fotos de sus vacaciones… lo dicho: ahora ya no existen esa «magia» y distancia de antes.
PS: Yo estas fiestas las mantendría, pero en el lugar del animal pondría cada año a un partidario de la fiesta. Total, no se sufre y es bonito, ¿no?