Yo ya conocía la serie Encarcelados en el extranjero que emite National Geographic, una excelente serie de documentales en cuya primera temporada se contaban las miserias de turistas que, por ignorancia, avaricia o inmadurez, acaban pasando las vacaciones en una cárcel de un país desconocido o no pudiendo regresar a casa sin que su vida haya cambiado para siempre. Como ocurre con estas series producidas fuera de España, las cosas que se nos cuentan pueden ser muy crudas y tremendas, pero siempre existe una especie de filtro, el de la distancia, que hace que no pierdan ese halo de ficción que no nos llega dentro del todo.
Ese filtro, esa barrera, no existe con Encarcelados, estrenado anoche en La Sexta ante dos millones de espectadores, una gran audiencia para un programa de estas características, eso sí, en una noche de competencia muy flojita.
Encarcelados cuenta la historia de españoles que un día pusieron un pie en el mal camino y acabaron con sus huesos en una cárcel sin las mínimas garantías de higiene, respeto a la persona, humanidad siquiera, narrada por dos periodistas, un hombre y una mujer, que alternan sus reportajes en distintas cárceles del mundo, ayer en Bolivia.
La primera impresión al ver el reportaje es la de encontrarnos ante una nueva entrega de Equipo de Investigación, solo falta la voz en off de Gloria Serra. Sin embargo, a medida que avanza, vemos cómo se pierde parte de la narrativa de estos programas, que buscan seguir una historia de alguna manera ordenada, con ciertas licencias narrativas y recreaciones que hacen perder realismo a la historia contada, aunque la vuelven más amena. En este caso, lo que tenemos es una sucesión de testimonios, entrevistas y altercados en primera persona que se abarrotan frente al espectador, de forma pausada pero impactante.
Ver cómo viven en algunas cárceles fuera de nuestro país, donde a veces parece que los delincuentes fueran de vacaciones, impresiona, máxime cuando lo que vemos son personas reales, paisanos nuestros que podrían fácilmente ser nuestros vecinos, o lo que recordamos de ellos, pues resulta evidente que nada en esas personas volverá a ser como antes y que vivir así puede dar cualquier resultado menos la reinserción social.
Aunque no era la intención de los reporteros al poner en marcha el programa, parece que este trabajo puede terminar convirtiéndose en un formato denuncia, tanto a las condiciones de infravida que se dan en algunas cárceles del mundo, como de la ineficacia de nuestras embajadas y consulados para atender a algunos españoles que, en algunos casos, están encarcelados sin haber pasado siquiera por un proceso judicial.
Después del shock inicial, el programa se hace largo. Como ocurre con algunas series de ficción, la dichosa manía de estirar los contenidos para que cubran esa franja de dos horas de prime time termina perjudicando al producto y este caso no es distinto. Mucha miseria, mucha dureza, mucha desazón, difícil de aguantar tanto tiempo frente al televisor.
El problema que tiene este programa es que todos van a ser iguales entre si.
El 90% de las cárceles latinoamericanas son iguales: insalubres, hacinamientos, etc…, por lo tanto visto un programa, visto todos porque incluso todos los casos eran los mismos: trafico de drogas.
Quisieron hacer que nos compadeciéramos de estos españoles por estar allí y en esas condiciones, pero conmigo que no cuenten. Yo soy de las que pienso que si la haces, la pagas; si son tan machotes para intentar traer la droga a España, pues que lo sean también para asumir las consecuencias. Seguro que estos se lo pensarán dos veces antes de volverlo a hacer y no como aquí, en España, que los tenemos a cuerpo de rey y cuando salen no hacen mas que reincidir una y otra vez.
Y si pienso así es porque yo he vivido de cerca el mundo de las drogas por un primo mío, que por desgracia cayo en este mundo, y os aseguro que no solo se destroza la vida del pobre que cae en este vicio sino la de todos los que están a su alrededor. Es muy duro y no se lo deseo a nadie.