Empecé a leer esta entrada sobre el concepto de televisión como segunda pantalla con bastante escepticismo, pensando que no estaba nada de acuerdo con esa teoría hasta que, finalmente, el desarrollo que tiene la argumentación me ha puesto en completo acuerdo con su autor: no nos enfrentamos ya a un universo en el que unas son pantallas primarias y otras segundas pantallas, sino a uno multipantalla en todos los sentidos en el que la atención varía según el programa que se emite, el momento del día o el interés que pongamos en determinados contenidos, en función estrictamente de nuestros gustos personales.
Las aplicaciones que las televisiones y proveedores de contenidos insisten en hacer para atraer la atención de los espectadores mientras consumen sus programas, interactuando con otros espectadores sin salir del universo de ese contenido, no están funcionando y no lo hacen porque esta conversación ya se está haciendo fuera, sin necesidad de encerrase en una habitación virtual donde solo se habla de una serie o un programa concreto. Como seres sociales que somos, nos encanta compartir opiniones sobre los realities que seguimos o sobre las noticias de máxima actualidad, pero eso no significa que queramos hablar única y exclusivamente de ello, al contrario, las herramientas de comunicación disponibles hoy día en tablets, móviles o portátiles, nos permiten no perdernos ni un minuto de la actualidad social mientras vemos la programación de televisión, nos permite comentar las ultimas novedades de la Comic Con mientras vemos El programa del verano o conocer la última portada de la revista Rolling Stone mientras TVE emite Isabel.
Distintas son las aplicaciones que permiten tener contenidos adicionales a los emitidos en televisión, principalmente encaminados a la fidelización de la audiencia, pero limitados al sector más entregado del conjunto de espectadores, aquellos que realmente quieren más cuando el programa se acaba, aplicaciones más propias de programas de talentos o series juveniles que, en cualquier caso, siguen sin ser suficientemente atractivos como para que sus usuarios estén dispuestos a encerrarse con otros como ellos en ese espacio monotemático.
Definitivamente, el mundo de los contenidos es multipantalla y nosotros como consumidores las queremos todas.
Cada uno puede hacer lo que le apetezca, claro, pero compartir todo lo que haces con el mundo llega a límites que activan mis ansias de sangre (supongo que espoleadas por mi consumo adictivo de videojuegos ultraviolentos).
¿Has estado en algún concierto últimamente? A mi me pone frenético que aparezca el artista y miles de teléfonos salten a un metro de altura. Al cabo de un minuto la mayorái ya la ha bajado por cansancio, pero siempre queda alguno que se dedica a registrar el concierto entero. Eso cuando no se ponen a llamar en directo diciendo que están viendo a tal o cual.
¿Concebiríamos lo mismo en el Teatro Real o en la Fenice? ¿En el teatro? ¿En el cine?
¿Qué os lleva a dividir la atención entre varios frentes a la vez? ¿No es la serie que estás viendo lo bastante buena como para dedicarle plena atención? ¿La necesidad de comunicar si es buena o mala vence a la más elemental necesidad de atención?
Me he sentado innumerables veces en el sofá con el iPad en la mano, pero sólo cuando el programa no requiere mi atención. ¿Qué sentido tiene para mi decirle a todo el mundo que me gusta Masterchef justo cuando lo emiten? Me perdería la mitad del programa. ¿Para qué lo vería entonces? ¿Se puede seguir un episodio de una serie mientras tuiteas lo bien que trabaja tal actriz? Yo, francamente, no puedo. No puedo ni quiero. Cuando algo me gusta lo disfruto ahí mismo y ya lo compartiré después.
Eso dejando aparte que la única vez que intenté manejar una aplicación para un programa, sencillamente no funcionó (era la de Alaska y Mario: ni siquiera conseguí arrancarla).
En fin, soy el más tecnófilo del mundo, pero cada cosa a su tiempo. En palabras de Douglas Coupland:
«La red mola, pero no tanto».