Esta noche concluye la segunda entrega de este programa de talentos que en su primera edición reconciliaba a la audiencia con los programas musicales, después del batacazo de la última edición de OT y antes del brillante arranque y posterior record de La Voz. Con un formato muy sobrio y tradicional, El número uno conseguía entretener a la audiencia, lograr unos datos medios muy satisfactorios y, del mismo modo que La Voz hizo posteriormente con algunos de sus ‘coaches’, descubrir qué hay detrás de algunos artistas muy conocidos de este país, cuya personalidad se escondía detrás de sus canciones.
Tras concluir la primera entrega de El número uno sin poder considerarla un rotundo éxito, pero tampoco un fracaso, nada se sabía de las posibilidades de regreso que tendrían Paula Vázquez y sus cantarines acompañantes, hasta que meses después se anunciaba la vuelta del formato, esta vez en versión express. Ahora sí podemos afirmar que el regreso ha sido un fracaso y un rápido vistazo a sus circunstancias puede ayudarnos a entender por qué.
– Falta de confianza en el formato: ya de entrada, el simple hecho de convertir el programa en una versión express de sí mismo apunta a la falta de continuidad que desde la cadena se pretendía dar a El número uno. El rápido paso de los concursantes por las galas, sin tiempo de evolucionar, de mostrar sus verdaderas posibilidades y su capacidad de adaptación, convertían al programa en un mero escaparate de jóvenes promesas, más propio de un programa de variedades que de un concurso de talentos.
– Emisión los viernes: ya de por sí un día complicado para cualquier nuevo programa y la competencia implacable de un Sálvame Deluxe que no se agota, ubicar la nueva edición del programa en la noche del viernes era una llamada al fracaso o, como poco, a la consideración de programa relleno. En este caso además, el principal target, la gente joven que ha de votar y crear nuevos ídolos músicales no está frente al televisor, por lo que se hace aún más difícil tener unos resultados decentes.
– El constante ir y venir de los miembros del jurado: estos programas buscan enganchar al público a través de un casting certero que encuentre personajes en los artistas aspirantes pero, hasta que los conocemos y nos encariñamos con ellos o los aborrecemos, nuestro nexo de unión con el programa se crea a través del jurado, con esas caras que ya nos resultan familiares. Así, la sustitución de tres de los cuatro miembros de esta mesa de jueces presente en la primera temporada era ya un problema, pero no habría sido tan grave si al menos todos ellos hubieran estado presente en todas las galas. El constante ir y venir de unos y otros, especialmente David Bustamante y Mónica Naranjo, los dos más carismáticos y con mayores tablas, ha supuesto un nuevo handicap a la hora de conectar y sobre todo fidelizar al público semana a semana. Que la presentadora faltara en la primera gala en directo por un problema de salud era algo impredecible, pero tampoco ayudó a que el programa arrancara.
Tres detalles aparentemente sencillos pero que pueden dar al traste con un trabajo correcto y el buen hacer de mucha gente, que además lleva semanas de mal rollo porque les ha tocado grabar en un plató de reconocido mal fario y extrañas circunstancias.
Lo raro no es que el Número 1 fracase, sino que La Voz tenga éxito. Yo estoy hasta el moño de programas caros de karaoke.