OJO SPOILERS (Si no has visto el último episodio de Gran Hotel emitido esta semana, mejor no sigas leyendo. Si no has visto el último de Mad Men, igual tampoco.)
Anoche terminaba su andadura televisiva una de las que podemos catalogar, sin ninguna duda, como mejores obras audiovisuales de nuestros tiempos (si se hubiera emitido en TVE le habrían dado el doble de premios de los que ya tiene). Y digo obra audiovisual en lugar de serie porque, aún siendo lo mismo, parece que este segundo sustantivo no le haga justicia, no sea suficiente para describir un producto que me ha gustado tanto y tan desde el principio que, por momentos, llega a ruborizarme el hecho de calificarlo, definirlo o describirlo, como si estuviera de algún modo abducida por su magia y no fuera capaz de ver más allá.
El episodio final de Gran Hotel, tras tres temporadas emitidas a veces a trompicones, se despedía ayer de forma algo precipitada, tras anunciarse su no renovación hace apenas unas pocas semanas, pero con la suerte de no haber terminado aún su rodaje y poder darle un cierre digno y, no por lo esperado, menos emocionante. Que tan solo hayan emitido tres temporadas puede parecer poco, pero ha permitido también que la serie no se queme en exceso, que sus personajes no tengan que dar vueltas y más vueltas sin sentido en busca de la felicidad y salvando las malas artes de quienes han sido, casi sin excepción, los mejores personajes de esta serie: los villanos.
Desde Doña Teresa a Belén, pasando por Diego Murquía y en esta despedida Jesús/Samuel han demostrado una vez más que no hay mayor regalo en ficción que un buen papel de malvado, una oportunidad para el lucimiento que nunca tendrán los protagonistas de historias de amor tormentosas y apasionadas, por mucho que los guiones pivoten en torno a ellos. Destinados a ser los principales atractivos de la historia, ni Amaia Salamanca en su papel de Alicia, ni Yon González en el de Julio han logrado traspasar la pantalla como lo han hecho sus odiosos compañeros, aunque he de reconocer que hace un par de episodios, con la «resurrección» de Andrés, me reconcilié del todo con un Yon Gonzalez que en esa escena era la viva representación de la felicidad.
¿Y qué decir de Doña Ángela? Ese papel contenido de gobernanta, de madre amantísima y sufridora que al final ve recompensado todo su amor, todos sus esfuerzos por hacer bien su trabajo y sacar adelante a su hijo y al hotel, todo un ejemplo de perseverancia y orgullo por el trabajo bien hecho y que nos regala esa escena final sentada en el despacho del director del hotel que, he de confesar, me trajo a la memoria ese momentazo de Mad Men en que vemos a Peggy sentada en el despacho de Don, sabiendo que su vida nunca ha sido ni será perfecta, pero que ha logrado ser la mejor en su trabajo y conseguir lo que se merece.
Doña Teresa se ablanda finalmente, con esa historia de amor adulto que queda en el aire, que le da paz, que la devuelve al ser humano que alguna vez fue y que le aporta un brillo y belleza al rostro hasta ahora nunca vistos. La pobre Adriana Ozores, condenada a vivir en ese papel de mujer amargada, clasista, obsesionada por el deber y el qué dirán, equivocada a la hora de defender y dar a sus hijos lo que podría hacerles felices. Tan buena era su interpretación que no pudimos ver a la actriz fuera de esa negrura que escondía su alma, ni cuando nos mostraban esos bellísimos planos a contraluz, radiantes de una luminosidad que parecía desaparecer en ella, como un agujero negro que se tragara todo.
Gran Hotel era un drama, terrible, con muertes, asesinatos, infidelidades, infelicidades, pobreza, pero al mismo tiempo dejaba resquicios para el humor, con personajes como el de Javier Alarcón, que a mí personalmente me sobraba y sus historias me resultaban algo aburridas, o el del Inspector Ayala, que demanda un spin-off al estilo Poirot con absoluta rotundidad.
Pero el gran descubrimiento para mí ha sido Andrés, con su ingenuidad y su ternura. Nunca un personaje de ficción me había despertado la adorabilidad (si es que existe esta palabra) como lo ha hecho este hombre, sobre todo después de aquella nana que canta a su hijo Juanito en la segunda temporada, punto culminante de su interpretación en Gran Hotel.
Y así podría seguir, personaje a personaje, recordando momentos clave de su historia que me han llegado al corazón o a los nervios. Pero todo esto no sería tan redondo si los elementos técnicos que acompañan a la serie no fueran también de una excelente categoría. Elementos que en el episodio final se desgranaban despacio, sus responsables se recrearon en ellos y la edición final insistía en mostrarlos como sello personal de la marca Bambú Producciones. Cuestiones como la música, la fotografía, esas interpretaciones sin diálogo que ayer se dejaban madurar, sin miedo a la ausencia de ritmo, sin miedo a las audiencias del día siguiente. Este episodio final era para saborearlo despacito y así lo hemos disfrutado. Las tramas no aportaron gran cosa a la historia: ya suponíamos que los buenos serían felices y comerían perdices y que los malos se pudrirían en el infierno y, a pesar de lo previsible de todo lo acontecido, nos permitimos disfrutar de la belleza del entorno, de la riqueza del vestuario, de cada acorde de las composiciones. Este episodio final era para eso, era un homenaje a todo lo que durante tres años se ha hecho de forma delicada y primorosa, con una exquisita atención al detalle.
Os tengo que dejar, el teclado se me queda pegado a los dedos con tanto almíbar. Gracias Antena 3. Gracias Bambú.
A mi también me ha encantado el final. Algo apresurado en algunos puntos como lo de Andrés y Mate pero bien. Se dice que los malos lucen más que los buenos y es cierto por eso mola Diego o Cisneros y que actorazos¡
Muy bonito el final en cine mudo. Vaya delicia.
A ver que hacen en galerías volver que lo que menos me interesa es el amor imposible, prefiero los chanchullos¡