Los fans somos muy injustos y los anti-fans todavía más, evidentemente. Es algo que está en nuestro ADN y que al final termina por alimentar el fenómeno, por engordar el éxito de una serie o un determinado programa. Cadenas y creadores lo saben y, aunque en ocasiones puedan mostrarse dolidos por un ataque innecesario, por un levantamiento general de quienes siempre les han apoyado, saben que las amenazas de abandono y otros berrinches similares no acostumbran a durar más de unos minutos o un par de días.
Afortunadamente para todos, las redes sociales han hecho mucho bien en este sentido. Pese a que pueda parecer que un grupo de fans decepcionados tienen ahora la posibilidad de hacer mucho más ruido, organizarse y ser beligerantes de maneras hasta ahora insospechadas, esta misma organización hace que la terapia de grupo sea altamente beneficiosa y que la fuerza que nos lleva muchas veces a querer romper toda relación con una serie o una cadena, quede finalmente en pataleta pasajera, horas de comentarios y lecturas en la red y reencuentro feliz siete días más tarde.
El ejemplo más conocido, según nos recuerda Marina en este post, es el del final de Los Soprano, que motivó una furibunda reacción de los suscriptores de la HBO quienes, una vez comprobado que no habían sufrido un corte de suministro eléctrico y dado que amenazar con dejar de ver la serie ya no tenía sentido, afirmaban que se darían de baja del canal. No sé si existen datos de cuántos realmente lo hicieron, pero estoy segura de que no fue un número significativo en ningún caso. Tras aquello, solo el final de Lost ha suscitado una polémica similar, aunque en este caso se veía venir y creo que no hubo sorpresas al respecto del desencanto generalizado.
Desde aquel simbólico reencuentro de ‘losties’ en una iglesia y sus múltiples interpretaciones, hasta esta semana, nada había vuelto a provocar a los fans tánto hasta que llegó Juego de Tronos y se volvió a liar la mundial (spoilers del último episodio de Juego de Tronos a partir de este punto). Tanto en EE.UU. donde se estrena la serie, como en España, donde la podemos ver apenas un día después, son miles los fans que se encontraban desolados tras los acontecimientos del episodio «The rains of Castamere» en el que muere uno de los principales protagonistas de la serie. Las reacciones han sido furibundas en muchos de los habituales de HBO, otros simplemente han quedado en shock y calculo que no serán pocos los que, en su sorpresa o disgusto, hayan aplaudido la valentía de acabar con un personaje así. Tanto los que querían salir corriendo a la sede de la cadena a encadenarse (valga la redundancia) como protesta, como los que afirmaban que se encontraban ante la serie más grande jamás creada, todos son grandes activos de la industria televisiva.
Los fans cabreados de HBO no habían leído el libro, los que daban todo el mérito a la serie, tampoco y es que, cualquiera que hubiera leído la obra literaria en la que se basa la serie, ya sabía que los acontecimientos de ayer tendrían lugar, ya sabían de las muertes que hemos vivido hasta el momento, incluida la más sorprendente y por tanto, pese a que siempre te puede quedar la duda sobre cuan fiel a la historia original es una serie o película, saben que la culpa de tamaña decisión no la tienen ni Benioff ni Weiss, sino George R.R.Martin cuando por primera vez se sentó frente a su ordenador para escribir sus libros. Luego, fans cabreados con la tele, no se echen ustedes las manos a la cabeza con acusaciones absurdas porque esto ya estaba escrito. Al contrario, alégrense de que su ignorancia literaria les haya permitido disfrutar del shock como merece.
Ya he comentado varias veces que no soy yo fan de Juego de Tronos, que lo intenté una vez y no he sentido la necesidad de seguir viéndola, afirmación que tuve la osadía de hacer el pasado otoño en la tienda oficial de la HBO en Nueva York y casi provoca que me echaran a patadas de allí (gracias que llevaba las manos llenas de merchandising de True Blood y andaba preguntando por The Newsroom, con lo que logré que me perdonaran la vida). Nunca lo he lamentado, hasta ayer, que con todo lo ocurrido, no puedo evitar sentir que me he perdido algo muy grande, aunque quizá solo me haya ahorrado un cabreo.
Volviendo al origen del asunto, al sentimiento generalizado de algunos grupos de espectadores que se manifiestan en contra de series y programas, cada vez noto más cierta bisoñez en la audiencia española, cierto grado de protesta y ataque constante contra cosas que vienen dadas, que están probadas en otros países (básicamente en EE.UU.) y que, una vez reproducidas en España, a veces incluso cuando son retocadas y limadas para no resultar tan bruscas, siguen despertando quejas, fruto de quienes no conocen los orígenes de lo que ven o no lo han probado nunca. Evidentemente, cada espectador es único y puede pensar que ciertos programas son excesivos, que la agresividad mostrada por sus protagonistas no es ejemplar o que ciertas actitudes no tienen cabida en la televisión pública pero a veces me pregunto ¿pensarían igual estos espectadores si vieran los programas originales en los que se basan aquellos que critican?
Los ejemplos más recientes en este sentido los he visto en dos programas con un elemento común: la gastronomía. Se trata de Alberto Chicote y su actitud en Pesadilla en la cocina, más bien sus modales y su mal hablar y de los miembros del jurado de Masterchef, considerados por muchos demasiado bordes y sus críticas poco edificantes para un programa de la televisión pública. Pese a que Risto Mejide ya no «maltrata» a los triunfitos, sigue siendo el ejemplo más mencionado cuando se habla de críticas excesivas en programas de talentos y yo nunca he podido evitar defenderle afirmando que es una hermanita de la caridad al lado de lo que cualquiera se va a encontrar en el mundo de la música, si es que consigue llegar a ser relevante algún día.
Cuando escucho o leo estas críticas, me pregunto si intentamos reproducir en la televisión un mundo que no existe, un entorno que no es real y que solo sirve para que la gente esté cada vez menos preparada para el mundo real, para enfrentarse a fans desquiciados y jefes exigentes. No digo yo que todos tengamos que ser unos cretinos desgraciados, pero sí estoy convencida de que hay que enseñar a quienes se enfrentan al público cada día a aceptar las críticas, incluso las más desgarradoras e injustas y que nadie mejor que alguien que vela por tus intereses para enseñarte ese camino. Ni Alberto Chicote está para hundirte el negocio, ni los jueces de Masterchef para que te encierres en la cocina de tu casa. Al contrario, son esas personas que tras la cámara te dan un abrazo, te enseñan a hacer cosas en las que son maestros y te dan todo su apoyo, quienes luego te darán más caña y a quienes mejor deberíamos encajarle una crítica. ¿Acaso tu madre no se pasa el día dándote la tabarra para que seas mejor estudiante, mejor compañero, mejor persona?
Televisivamente, el poli malo es absolutamente necesario, como lo es la madrastra de Blancanieves o el cazador que mató a la madre de Bambi. Por eso el chef Ramsey tira a la basura muchos de los platos cocinados en la versión americana de Masterchef o califica de basura directamente lo que come en restaurantes rescatados por Kitchen Nightmares. Por eso las mejores series son las que matan a sus personajes más carismáticos, pese a que una legión de fans amenace toda la noche con hacer lo mismo con los responsables. En España no somos peores que en otros países, nuestra televisión no es más agresiva, ni maleducada, ni los jueces de nuestros talent shows unos sádicos consentidos. Echadle un vistazo a lo que se ve por ahí, echad un vistazo a la vida misma. Lo que vemos en la tele española es una peli Disney.
Solo un detalle: quien tira los platos normalmente es Joe, no Gordon 😛