Cuando Felix Baumgartner decidió lanzarse al espacio con el patrocinio de Red Bull todos sabíamos que su osadía tenía un riesgo, que podía morir en el intento e incluso arrepentirse en el último momento, darse la vuelta y quedar como un cobarde para siempre. Tanto riesgo corría él como la marca que lo patrocinaba, cubierta de gloria cuando todo terminó bien, en nuestras retinas durante los interminables minutos que duró la retransmisión en directo del salto y símbolo de una nueva manera de hacer publicidad, sobre todo cuando la televisión está mirando.
Todo salió bien, pero existía la posibilidad de que Felix hubiera fallecido o sufrido algún accidente grave y también eso hubiera quedado asociado a la marca para siempre. Para minimizar estos riesgos, asumo que se hizo todo lo posible por tener controlado el experimento que, a fin de cuentas y aún con la locura personal que significaba, nos fue comunicado como experimento científico, de algún modo, como una prueba a superar por el hombre frente a lo desconocido, intentando convencernos de que era un riesgo por el bien de la humanidad y la ciencia.
El éxito del salto ha sido tal, que un buen puñado de locos, de arriesgados ciudadanos, de gente sin miedo ni mucho sentido común han visto la posibilidad de convertir sus aventuras en negocio y así es como algunos instan a las marcas a apoyarles en sus ilegales subidas a los más altos edificios, sus equilibrios en las más pequeñas cuerdas o cualquier otra barbaridad que se le ocurra.
Mustang Wanted, el pseudónimo del «aventurero saltimbanqui» de moda, se está haciendo famoso por fotografiar sus locuras, muchas de ellas ilegales, todas ellas muy peligrosas. Del mismo modo que hemos visto anteriormente a otros personajes hacer estas cosas, bien para denunciar lo que consideraban injusto, bien para hacer arte o simplemente por hacerse famosos, vemos ahora como se hace una llamada a las marcas para que patrocinen estas locuras, un terreno peligroso en el que no deberían entrar y que, sin ninguna duda, generaría un aún más peligroso círculo vicioso.
Las marcas han estado siempre muy pendiente de gente con capacidad para hacer cosas extraordinarias, desde las travesías a nado de David Meca a las expediciones de Jesús Calleja, solo por nombrar un par de las más conocidas y cercanas. Pero estos ejemplos suelen ir acompañados de un reto deportivo, de una finalidad más allá del propio interés económico. Colgarse de un edificio a decenas de metros de altura solo por vivir la experiencia y el subidón de adrenalina puede estar muy bien, pero no tiene finalidad alguna más que la de correr el riesgo de morir, como el inglés borracho de turno que decide hacer balconing, aunque las fotos queden mucho más bonitas.
¿Qué pasaría si a alguna marca le diera por patrocinar este tipo de locuras? ¿Hasta dónde llegaría Mustang Wanted para ganar dinero? ¿Cuántos le emularían sin su evidente preparación física y acabarían siendo un amasijo de carne y huesos en la calle? ¿Habrá marcas dispuestas a correr el riesgo de ser responsabilizadas de patrocinar semejantes locuras? No tardaremos en saberlo.
Yo no creo que pasase nada. La MTV patrocinaba y emitía Jackass, con gran éxito, que hasta tuvo película. A pesar de que todo lo que salían eran auténticas estupideces de un cretinismo profundo, la cadena rentabilizó muy bien el invento.
Si una cadena emitía un programa cuyo leit motiv era darse hostias, por qué no iban a patrocinar al loco ruso que se dedica a buscar una oportunidad para matarse descolgándose de un edificio. Pero no hay que ir tan lejos. Piensa en todos los deportes de invierno en los que ha muerto gente: snowboard, descenso, saltos de esquí… En la F1, las motos, Nascar… No por ello las marcas dejan de patrocinar estos eventos, por peligrosos que sean. Es más, pienso que lo palpable y real de esa posibilidad de morir aumenta el interés por el espectáculo lo suficiente, transfiriendo una fracción de la adrenalina del deportista hacia el espectador.
La diferencia entre Baumgarten y Simoncelli es que uno vivió y el otro murió. En cambio, no hubo diferencia en que los patrocinadores han ganado dinero en ambos casos. Es así de crudo. Es la publicidad.