El pasado viernes iba a escribir en tono jocoso sobre la nueva aventura de Belén Esteban y el robo de sus bragas, pero finalmente acabé haciendo un alegato protelevisivo que nada tenía que ver con uno de los personajes más conocidos de la televisión patria. Nada hacía presagiar cuando escribía mi entrada que la noche daría otro de esos belenazos clásicos, anunciado por ella como el último, aunque poco probable.
El caso de Belén Esteban es un descarrilamiento que todos vemos venir pero nadie parece querer o poder parar. Hace mucho tiempo que el personaje se ha comido a la persona, que la humildad de un pobre chica abandonada que tantas simpatías le había granjeado se ha convertido en soberbia, mentiras e interés económico y, sobre todo, maldad. Una maldad propia de quién ha perdido el norte, de quién abusa de lo bueno que un día le rodeó para retorcer todo lo que le ocurre y seguir alimentando una máquina televisiva que, al mismo tiempo que te mata y acaba con tu vida, alimenta esa misma vida, que es la única que conoces y sin la cual no sabes cómo seguir adelante.
Se supone que la retirada temporal de Belén Esteban de la televisión hace unos meses para pasar por un tratamiento psicológico y una necesaria rehabilitación habría dado sus frutos, recomponiendo a la persona y devolviendo al personaje a la primera línea de la pantalla. Pero no hay tratamiento que pueda con la falta de coherencia, con la incapacidad de asumir que el juego que se está jugando tiene las mismas reglas para todos y, creyéndose la dueña del cortijo, la Esteban no ha podido aceptar la realidad: que ella es solo un muñeco más.
Y es ahora, cuando la vemos al límite, cuando pierde por completo los papeles, que muchos levantan la voz para buscar culpables y apuntan principalmente a la cadena y, de pasada, también a los espectadores. Y es aquí donde yo me rebelo y me niego a aceptar que la culpa sea solo o siquiera principalmente del programa y, mucho menos aún, de quienes lo ven. Se trata de personas adultas entrando en un juego muy lucrativo para todos, especialmente para Belén y quienes viven de sus ingresos y solo ellos tienen la culpa.
Está claro que esta mujer está fuera de sí, que su actitud no es normal y que estar en televisión le hace daño pero ¿cuantos cantantes han dado conciertos completamente borrachos o drogados? ¿cuantos actores llegan tarde a rodaje por una mala noche? Son cientos las historias que se podrían contar y nadie acusa a sus empleadores de ser culpables como se acusa a la televisión. Si de mí dependiera, sin ninguna duda habría mandado a Belén Esteban a su casa hace ya mucho tiempo, pero simplemente por desagradable, porque es casi obsceno escucharla y ver su degradación, porque yo no querría tener un trabajador en sus circunstancias, ni en la tele, ni en una oficina.
Belén Esteban es adulta y responsable de sus decisiones, solo ella es culpable de las consecuencias de sus actos. Belén Esteban tiene un representante que afirma además ser su amigo, él también es culpable de lo que le pase por culpa de un trabajo que él mismo le busca, obviando si le hace bien o mal, un trabajo del que él mismo vive. Belén Esteban tiene un médico que permite que siga trabajando porque estima que está en sus cabales y en disposición mental de trabajar, él es culpable de lo que le pase si trabaja no estando en condiciones de salud para hacerlo. Belén Esteban tiene una familia, los que peor lo han de estar pasando y, como siempre, aquellos a los que menos caso hará, pero una familia que podría pedir a quienes la rodean que no le permitan trabajar si su presencia en televisión la desestabiliza y le hace daño. Si ellos no hacen nada, también son culpables de lo que le pueda pasar.
La productora, la cadena, sus compañeros de trabajo ¿tienen que hacer lo que los responsables directos de este drama no hacen? Pues sí, podrían ser más decentes que todos los demás y no contratarla, aunque solo sea por el bien que esto haría a su imagen (la de la cadena) y por evitar que un día amanezcamos con una noticia dramática de la que ellos aparecerían como únicos culpables. Pero sería una decisión inteligente, nada más, nunca una obligación.
Por no hablar de la posible responsabilidad de los espectadores que solo son como los conductores que aminoran la marcha para observar un accidente en la carretera ¿acaso son ellos culpables del exceso de velocidad, de que no hubiera pasado la ITV o que el conductor llevara unas copas de más?
«Belén Esteban es adulta y responsable de sus decisiones…» ¡Entramos de lleno en la ciencia ficción! Bromas aparte, suscribo todas y cada una de las palabras que has escrito, son verdades evidentes. Pero mientras Mediaset pueda rentabilizar la destrucción de B.E., no se va a parar. Cadena y personaje viven una retroalimentación constante, positiva para la cadena, negativa para la persona. Ha cedido en mostrar su vida inventando todo tipo de desmanes sin pudor. El interés existe pero las causas del mismo se acaban: hay que seguir adelante con los inventos. Haría bien en contratar un guionista de culebrones, le saldría más rentable que tener un representante…