AVISO SPOILERS (Si no has visto el último episodio de Fringe, lee bajo tu responsabilidad)
«Porque es guay» (Because it’s cool) es solo una de las frases que quedarán para el recuerdo del final de una de las series más entrañables de las últimas décadas, una frase simple que, sin embargo, resume en tres palabras mucho de lo que Fringe ha sido: una historia de grandes científicos, de experimentos crueles, de ciencia utilizada para hacer el mal, que podría haberse quedado solo en eso y habría sido seguramente brillante, pero decidió ir un paso más allá y ahondar en los sentimientos humanos y acabó por ser una historia de amor fraternal, una historia de padres e hijos dispuestos a todo por ese amor, una historia llena de ternura donde los más frios científicos resultaban ser unos niños grandes movidos por sus más naturales instintos de protección a sus cachorros.
El doble episodio final de Fringe no ha sido un evento apoteósico, no ha habido grandes revelaciones y la única ciclogénesis explosiva estaba fuera de la ventana, en las casas de los españolitos que aguantamos despiertos hasta las dos de la madrugada para verlo. Esta finale ha sido tranquila, elegante, casi podríamos decir que previsible, pues hace ya varios episodios que teníamos claro que Walter se sacrificaría para cruzar al otro lado y resetear el futuro. Estábamos todos tan concienciados y preparados para ello como el propio Walter, de ahí que sufriéramos un amago de decepción cuando nos engañaron por un momento, haciéndonos creer que finalmente no sería necesario. Era una pérdida que teníamos que afrontar para cuadrar la historia, una especie de justicia por los males que había provocado en su juventud, una penitencia que le redimía de aquellos pecados y que, de haberse evitado, solo habría servido para pecar de blandos. Adorábamos a Walter y precisamente por eso, teníamos que perderlo.
Espera derramar más lágrimas con este episodio final y me acercaba a los últimos minutos echando en falta algún elemento dramático que me las arrancara todas de golpe. Mágicamente, y después de que las primeras aparecieran con la inesperada reaparición de Gene (sí, solo a mí se me ocurre llorar con la presencia de una vaca conservada en ámbar) el torrente lacrimógeno llegó cuando ya no lo esperaba, en casi el último frame, cuando Peter abre el sobre y aparece el tulipán blanco que por un instante le devuelve el recuerdo de todo lo que pasó, pero en realidad nunca llegó a pasar, esa constante que te recuerda que no estás loco. Fabuloso. Solo recordarlo para escribirlo me pone la piel de gallina y el viernes no pude evitar rebobinarlo para llorarlo de nuevo, disfrutando ahora más desde ese momento en que Walter le dice a Peter que el tiempo que han vivido juntos ha sido un tiempo robado, otra de esas frases que quedarán para el recuerdo.
Han sido cinco temporadas memorables, cinco años que nos han hecho recordar lo mejor de Perdidos, lo mejor de Expediente X, dos de las referencias más recurrentes en la inspiración de Fringe (después de este final habría que incluir Alien ;-). Cinco años en los que hemos disfrutado de actores con la difícil tarea de interpretar a sus personajes en dos evoluciones distintas de su personalidad, uno de los mayores riesgos que afrontaba la serie y que se saldó con gran éxito, tanto como para que la Olivia del otro lado, sin esa necesaria contención que tenía su alter ego, haya sido una de las grandes triunfadoras entre los fans. En este sentido, he echado en falta un mayor reconocimiento por parte de quienes otorgan cada año Globos de Oro y EMMY’s, que tendrían que haberse pasado por Fringe en más de una ocasión y siempre le dieron la espalda, especialmente a un John Noble que ha aguantado algunos de los primeros planos más expresivos de la televisión y su personaje, en origen secundario, ha terminado por ser el protagonista absoluto de la serie. Señores y señoras que votan, muy mal por su parte.
No hay una bonita manera de cerrar una despedida como esta, Fringe ha terminado y ha dejado un vacío que será difícil cubrir. A diferencia de las películas, que apenas ocupan un par de horas de un domingo, las series de televisión están contigo durante años, mes a mes, una vez a la semana. Imposible que no terminen por formar parte importante de tu vida, aunque seas consciente de que es puro entretenimiento, de que es ficción, al final queda un poso que se convierte en algo real y cuando acaba, la sensación que queda es extraña. Se me pasará, pero aún hoy, sigo disgustada.
A mi me encantó la despedida de Fringe, por saber cerrar dignamente una serie que estaba claramente en peligro de cancelación. Momentos como el de la vaca, el tulipán, los observadores clásicos, el cortexiphan, el otro lado (aunque muy mal el maquillaje de la otra Olivia, a la que envejecieron 15 días en vez de 20 años), el ataque biológico… aunque no entendí por qué Walter tuvo que viajar al futuro (sin haberse inoculado el suero) cuando el niño observador debería servir para tal fin. Supongo que es el tipo de suceso que está ahí sólo para decir que es un adiós y no un hasta luego. Eso sí, me quedo con la duda de lo que fue de Bell.
Una pena que cuando una serie de más de 2 temporadas peligre, no le den la oportunidad de plantear un cierre tan digno como éste.