Dicen las televisiones (exagero, dicen los distintos programas de Telecinco) que Belén Esteban está al borde de un ataque de nervios y que se retira temporalmente de la televisión. Puede ser. Su estrella hace tiempo que pierde luminosidad y, pese a que su vida privada, alimentada por la propia exposición a los medios de sus miserias, es cada vez más carnaza de culebrón y más audiencia para el programa que cree co-presentar, su actitud y sus delirios de grandeza apuntan a una gran debacle, cada vez más próxima.
Dicen los que siempre la han apoyado que ya no son sus amiguitos, que tiene muchos problemas ajenos a la televisión y que debería buscar ayuda externa, profesional, de las de verdad, las que además de palabras te dan pastillitas. Puede ser.
También es posible que toda esta historia acabe en nada, como tantas otras protagonizadas por estrellas del ‘cuore’, que deben pasarse de rosca para seguir “en el candelabro” y que nunca saben cómo ni cuando parar, cuando se hacen más daño del beneficio que sacan.
Siempre he sostenido que Sálvame y todo lo que gira a su alrededor es una especie de telerealidad ficcionada donde los enfrentamientos no son tan graves como los pintan, ni los sufrimientos tan desgarradores como aparentan. Siempre he creído, y me reafirmo, que los protagonistas de las peleas más sucias y rastreras son colegas de profesión que, horas más tarde de cruzarse improperios en pantalla, salen a tomarse unas cañas y hacer apuestas sobre el share que habrán logrado esa tarde y que, salvo contadas ocasiones en que las cosas se les van de las manos, todo es un juego, muy lucrativo para las partes y muy entretenido para la audiencia. Políticos de distintos partidos y presidentes de clubes de fútbol saben también jugar a este juego, que no es exclusivo de la televisión.
El problema surge cuando alguien se cree que la vida se para con sus historias, que la rueda deja de girar cuando no está en el programa y que todo lo que uno hace brilla con tanta luz, que nadie debe osar eclipsarla, mientras el resto del equipo tiene claro que no hay nadie imprescindible, que las estrellas no son intocables y que es tan fácil encumbrar a alguien como dejarlo caer. Que la propia Belén Esteban siga convencida de que es co-presentadora de un programa que, cuando Jorge Javier Vázquez sale de vacaciones, prefiere poner a una Paz Padilla que aún no ha conseguido saberse los nombres de los principales protagonistas de las polémicas, a dejarla a ella como conductora del show, demuestra que la realidad paralela en la que vive la Estéban es, cuando menos, patológica.
Algo debimos sospechar cuando concursó en Mira quién baila y demostró ser incapaz de aceptar la más mínima crítica, algo sorprendente cuando, muy bien intencionada, era incapaz de dar pie con bola. Y culpa tienen el programa y la cadena por no saber ponerla en su sitio en ese momento y dejar que la ganadora fuera quién realmente lo merecía, una Edurne absolutamente entregada y completa en sus virtudes artísticas, a la que todos compadecimos por tener que aguantar las siempre odiosas y en este caso sangrantes, comparaciones.
Ahora que sus compañeros de Sálvame están hasta las narices de su comportamiento despótico e inmaduro parece haber estallado la caja de los truenos y, no es la primera vez, Belén amenaza con marcharse, retirarse de la primera línea de exposición mediática, eso sí, dejando a su representante de testigo, calentando una silla que ella no está dispuesta a perder tan fácilmente. Ellos se lo guisan, ellos se lo comen… y se lo llevan crudito.
Pase lo que pase con esta historia al final, especialmente si la cosa termina mal, posibilidad que cabe tener en cuenta, lo que estoy segura es de que la mayor parte de las miradas apuntarán hacia la televisión, a la que tildarán de culpable de un juguete roto más de los muchos que hemos visto durante décadas en todo tipo de espectáculos y profesiones cara al público.
Sí, es posible que Telecinco tenga parte de culpa en encumbrar a un personaje cuyo único mérito ha sido conseguir la empatía de un buen número de espectadores, por ser la mujer abandonada, la madre coraje que lucha por el bien de su hija y, ahora, la esposa engañada que no sabe cómo cortar el vínculo con un marido que no le hace ningún bien. Una opereta como otra cualquiera, una reina de culebrón de sobremesa hecha a imagen y semejanza de las más crudas historias venezolanas, con la diferencia de que esta es “real”.
Sin embargo, cuando un futbolista se vuelve un divo por creerse el eje de un club ¿echamos la culpa al equipo?. Cuando Cristiano dice que está triste ¿pensamos que es un pobre madeirense encumbrado por sus distintos clubes o que es un idiota al que se le ha subido el éxito a la cabeza? Pues con Belén Esteban deberíamos hacer lo mismo. Ella es la única culpable de sus problemas, ella es la que ha sabido aprovechar inteligentemente su historia y ella es la única responsable de no saber adaptarse al entorno que la rodea, de no saber parar a tiempo y de no saber en qué ruedo se metía. Ella y los muchos amigos y familiares que tiene a su alrededor que deberían aconsejarla, decirle la verdad, abrirle los ojos ante una realidad que nunca ha sido más que un espejismo, uno muy rentable eso sí.
Nota al margen: en algunas ocasiones, con motivo de las distintas rupturas que Belén Estéban ha tenido con su marido, he escuchado a sus compañeros hablar, veladamente, de broncas violentas entre ambos. Siempre he pensado que las cosas que se cuentan en estos programas son un paripé y un entretenimiento, que no tienen mayor importancia y que, si la tienen, nunca será lo suficientemente importante si se cuenta en cámara. Sin embargo, utilizar la palabra violencia cuando se hace referencia al entorno de la pareja me parece frívolo y muy peligroso. Si es una exageración para hacer más llamativa la noticia, porque se da un tinte de normalidad a un asunto que es muy grave. Si no lo es y apunta a hechos reales, porque debería estar denunciado en un juzgado, venga por parte de quién venga en la pareja. En este caso, sí culpabilizo a la cadena de no tomar cartas en un asunto que a diario nos sobrecoge en los informativos y solo espero que no deban arrepentirse.
Me ha gustado el enfoque del corazón como espectáculo de ficción porque me ayuda a entender mi desagrado por estas cosas, jeje.
No comparto la temática, pero no es eso, no soy tan extremista. Y a priori, el presentarlo como realidad es algo que me apasiona en las temáticas que me gustan; experimentos como La Bruja de Blair, los personajes de Sacha Baron Cohen, etc. El tema es el límite entre realidad y ficción. Los ejemplos que he puesto buscan una imagen de realidad creíble pero dentro de un contexto de ficción declarado. Vamos, que una cosa es hacer «un espectáculo con la intención de que parezca creíble» y otra cosa es hacer «un espectáculo intentando que la gente se crea que no es un espectáculo».
Más o menos la misma diferencia que veo entre David Copperfield y Anthony Blake.
Saludos.