No, no me refiero a si has sido padre y te han dejado pasar al quirófano para separar a tu nuevo retoño de su madre, sino a la nueva manera de consumir televisión que, si bien muchos de nosotros practicamos desde hace ya mucho tiempo, se está convirtiendo en una práctica cada vez más habitual y, en algunos casos, preocupante para quienes no han sabido adaptarse.
En EE.UU. es una tendencia que crece mes a mes, con gente dándose de baja del servicio de televisión por cable y adoptando nuevas formas de consumo, que van desde buscarse la vida en redes P2P a suscribirse a plataformas como Hulu o Neflix, pasando por la cada vez más completa oferta propia de las cadenas, que ponen a disposición de los usuarios sus contenidos a la carta.
En EE.UU. nos llevan unos pocos años de ventaja, pero aquí en España la oferta empieza a ser también abundante, aunque no termine por ofrecer lo que desde mi punto de vista es la clave de la competitividad: la inmediatez en los estrenos, se trate de películas o de series de televisión. El «lo quiero aquí y ahora» es fundamental en el comportamiento de los consumidores, especialmente en una sociedad en la que esta inmediatez comienza a ser un signo de los tiempos y ver a cuatro a cinco de tus seguidos en una determinada red social comentando un determinado programa de televisión genera una imperiosa necesidad de formar parte de ‘hype’, de saber qué es eso de lo que tanto se habla, sin plantearse la posibilidad de esperar a que una cadena de televisión tradicional decida ponernos al día, con sus reglas, con sus cortes de publicidad, con sus faltas de respeto a los horarios y la continuidad dependiendo de que tus vecinos y conciudadanos tengan los mismos gustos que tú.
Es una cuestión de adaptación al medio cambiante en ambos lados del engranaje: desde la cadena que se resiste a ofrecer sus contenidos online, a ceder sus derechos para las nuevas formas de consumo, hasta el propio espectador poco avezado, que se limita a ver lo que le ponen y que se pierde así la posibilidad de descubrir por su cuenta otros contenidos, otras obras, otras historias, algunas de ellas, ampliamente comentadas en la red y sobre las que nunca sabrá nada, posiblemente porque tampoco utilice la red para más que leer correos o la prensa del día.
La tendencia es imparable, la evolución está clara, tan darwinista como la propia evolución animal: solo sobrevivirán los que mejor se adapten. Yo lo veo claro, los datos están ahí y, pese a todo, muchos aún se resisten, arriesgandose a morir ahogados por un cordón que no supieron cortar a tiempo.
Todo eso está muy bien, pero mucho me temo que, mientras engendros como ‘¡Qué tiempo más feliz!’ obtengan cifras millonarias de audiencia, Españistán seguirá siendo un país de analfabetos digitales…