Excelente artículo el que publica hoy El País con el título Bulímicos de las series que, lejos de ser una recopilación de personajes con problemas, hace referencia a eso que muchos de nosotros hemos hecho en más de una ocasión: sentarnos frente a la pantalla con un buen puñado de episodios de una misma serie y empezar a darle al play una detrás de otra.
En ocasiones, esta práctica puede deberse a la necesidad de seguir viendo episodio tras episodio por la imposibilidad de parar cuando el ‘cliffhanger’ es muy bueno (siempre recuerdo en este apartado la serie 24, que solo era posible dejar si encontrabas un punto de poca tensión en medio de uno de los episodios, pues esperar al final era garantía de tener que seguir adelante con el siguiente). Pero otro tipo de series, con mucha menos tensión, también sirven para hacer maratones intensos, como las comedias ligeras, los realities (yo he visto la primera temporada completa de The Glee Project de una sentada) o incluso aquellas otras series que te da pena abandonar pero que ya no te llenan como antes, esas que vas dejando hasta que se acumulan episodios a los que decides enfrentarte de una tacada.
Cuenta el artículo de Natalia Marcos cómo antiguamente algunas novelas seguían esta misma estructura por entregas o en colección completa, cómo las obras de Dickens podían ser consumidas capítulo a capítulo o esperando a que la obra estuviera terminada y leyendo todo el libro de un sola vez, administrando los tiempos a la conveniencia del lector, con posibles ‘spoilers’ incluidos si topabas con alguien que ya había leído las entregas por fascículos. Una vez más, la televisión de ficción demuestra ser mucho más parecida a la literatura que tanto se alaba de lo que muchos quieren reconocer, con paralelismos que nos recuerdan que crear historias audiovisuales es tanto o más arte y cultura como hacerlo únicamente en papel (Fin del párrafo reivindicativo).
Consultados algunos seriéfilos empedernidos, llama la atención que sea la comedia el género más propenso a ser consumido en maratones pues, si bien hay comedias que plantean interesantes ‘cliffhangers’ en algunos de sus episodios, no es esta una de las características del género y hasta me atrevo a decir que algunos de los protagonistas pueden llegar a resultar cansinos consumidos en grandes dosis. Adoro a Barney Stinson de Cómo conocí a vuestra madre y me encanta Cam, de Modern Family, pero son personajes excesivos, adorables solo en pequeñas dosis.
Y precisamente hablando de personajes, es cierto que en un tipo de series su evolución se ha hecho significativa y se ha convertido en un elemento más que anima al consumo bulímico. En procedimentales especialmente, las series antiguas no combinaban de igual manera el caso de la semana con la evolución de los protagonistas, ni sus relaciones personales. Ahora, sin embargo, no existe un CSI, Bones, Imborrable, por citar apenas unos cuantos, que no venga acompañado de un importante arco argumental que afecta directamente al desarrollo de los personajes y que, en muchas ocasiones, es la razón fundamental para que el espectador permanezca atrapado semana a semana, independientemente de lo interesante de los casos que abordan.
Decididamente, somos unos yonkis de las series, somos capaces de ver maratones de nuestras series favoritas de una sentada, pero luego somos capaces de seguir viéndolas cuando las encontramos en emisión, ya sea en los clásicos maratones que ofrecen las cadenas de pago o en las cansinas, pero al mismo tiempo agradecidas, redifusiones que la TDT se empeña en emitir cada día y que, a mí personalmente, me encanta encontrar un ratito antes de irme a dormir o a media tarde. Me sé casi de memoria algunos episodios de CSI, de Bones, de El Mentalista, pero no me importa, mi mala memoria es una ventaja en estos casos y además, su emisión salteada de temporada en temporada, me permite apreciar evoluciones físicas y guiños internos de las historias que, de otro modo, son prácticamente inapreciables.
Por otra parte, es cierto que de una semana a otra el espectador puede olvidar algunos detalles y que el consumo de varios episodios seguidos permite mantener la tensión a lo largo de varias horas, pero no es menos cierto que esa sensación desagradable que nos queda cuando un episodio se acaba con un gran giro argumental o una buena frase, es la mejor sensación que un espectador puede tener viendo una serie al ritmo de emisión. Seguro que muchos de nosotros hemos pronunciado más de un exabrupto totalmente personalizado al ver en pantalla los nombres de quienes, tras 42 minutos de programa, deciden que es hora de cerrar el chiringuito y emplazarnos a la siguiente semana. Una gran faena y al mismo tiempo un placer indescriptible que en mi opinión hace más grandes las buenas series.
Chica no sé qué me pasa con Modern Family pero no consigo hacerme con ella. La encuentro falsa, pedante y poco ácida. Es como ver La que se avecina queriendo emular a la vez a los Simpson y a Padre de Familia pero fracasando en el intento.
En cambio agarro un DVD de Big Bang y los veo del tirón riéndome como si fuera la primera vez.
Es muy fácil tener bulimia de series. En mi caso me falta tiempo, que no sé de dónde lo sacas para hacer tantas cosas y ver tanta tele… y encima tuiteando.
O sabéis algo que yo no sé o hacéis trampa. ¡El día sólo tiene 24 horas!