El aburrimiento de las vacaciones veraniegas hace que una le de oportunidades a cosas que nunca pensó ver y con ello aparecen programas que nunca me planteé siquiera seguir a pesar de conocer su existencia. Me ha pasado este fin de semana y estoy encantada, tanto que ya he dado un paso atrás en el tiempo de 12 meses y me dispongo a ver la edición del año pasado. ¿De qué está hablando esta mujer? os preguntaréis algunos: pues de mi primer reality-talent show-experimento americano: The Glee Project.
Muchos no habréis oído hablar de ello, otros, como yo hasta hace un par de días, lo habréis visto pasar varias veces sin prestarle mayor atención y algunos incluso le habréis dado una oportunidad, con mejor o peor resultado, intuyo que los primeros seréis los más abundantes porque acostumbro a leer con atención críticas en blogs y comentarios televisivos en twitter y nadie había conseguido entusiasmarse tanto con el programa como para picar mi curiosidad y hacer que me apeteciera darle una oportunidad y eso que soy muy fan de Glee.
Es cierto que la serie ha perdido parte de su gancho y que solo consigue revivir eventualmente con algunos episodios o escenas muy concretas pero en cuestión de números musicales, de versiones de canciones y demostración de poderío vocal y soltura bailando, siguen siendo estupendos y ahí es donde radica el éxito que The Glee Project ha tenido conmigo, en basarse en aquello que la serie mejor sabe hacer.
Estructurado como un concurso de talentos cualquiera, con sus pruebas semanales, sus nominados, sus conflictos internos y sus estereotipados concursantes, en apenas 45 minutos condensan lo que cualquier otro programa de sus características en España tarda más de tres horas en contar, con el consiguiente bajón de ritmo en parte del programa y habitual incapacidad de verlo de un tirón por las horas a las que termina, ya sea porque los espectadores nos quedamos dormidos o por la responsabilidad de tener que madrugar. Si aún así somos capaces de mantenernos enganchados al formato, de encariñarnos con algunos concursantes y de desear que eliminen cuanto antes a otros que habitualmente suelen estar encumbrados por los jueces de turno, es normal que esto mismo, concentrado en menos de un tercio de su duración, sea un regalo.
Si a todo esto sumamos las constantes referencias a la serie, desde el aula de trabajo a la voz en off, pasando por la realización de videoclips y pruebas vocales, es normal que un fan de la serie original se involucre rápidamente con The Glee Project.
Para terminar de rematar las bondades del formato, saber que el ganador del concurso será personaje más o menos regular en la próxima temporada y escuchar la visión de Ryan Murphy sobre su idoneidad, hace que uno se sienta parte del proceso de producción como quién mira por un agujerito.
Si Glee es una serie muy especial, no apta para todos los públicos por sus especiales características de cierto «adoctrinamiento» americano, casi siempre empalagosa y siempre llena de altibajos, The Glee Project es aún «peor», pues ni siquiera podemos decir eso de «es ficción». Sin embargo, yo estoy encantada con ella. Si te gusta Glee, si te emocionan sus historias, sus personajes y especialmente sus números musicales, no dejes de echarle un vistazo, que el verano es muy largo.