¡AVISO SPOILER! Este post comenta el último episodio de House, si no lo has visto todavía, puede que no quieras seguir leyendo.
Hoy ha sido uno de esos días terribles en los que navegar por tus lecturas habituales de la red se convierte en deporte de riesgo e incluso twitter puede ser hogar de desconsideradas criaturas dispuestas a estropearte uno de esos placeres del telespectador, el de disfrutar de un buen final de una serie que te ha acompañado durante años. Ha sido duro, pero lo he logrado.
Como con Mujeres Desesperadas, la sensación del final de House era agridulce, pues esta es otra de esas series que me han acompañado desde que empecé a escribir el blog y su marcha suponía deshacerme de un pedacito de lo que Chicadelatele significa, de su esencia, de su origen. Sin embargo, hacía tiempo ya que la serie lo venía pidiendo, su fórmula no daba mucho más de sí, ni como procedimental, ni en la evolución de su protagonista y sus relaciones con sus jefes y subordinados, ni tan siquiera con las relaciones entre estos y creo que haber seguido emitiéndola no habría hecho sino acabar con el que, desde un principio, fue un gran personaje, e incluso podríamos afirmar, un gran homenaje a la figura de Sherlock Holmes (1, 2).
Y precisamente por esta presencia permanente de la personalidad y formas de hacer del mítico investigador, la serie no podía despedirse de otro modo que no fuera el suicidio del protagonista, un suicidio que más adelante se transforma, como en el caso de Holmes, en escenificación de algo que no es real, o tal vez sí, pues en este episodio donde los vivos y los muertos se presentan ante el espectador como una mezcla de recuerdos y de conciencias, hay un punto en la historia en el que no termino de saber si estamos viendo la realidad o una ensoñación de un Wilson roto de dolor que se agarra al recuerdo de su mejor amigo y su peor pesadilla para poder superar los pocos meses que le quedan de vida. Esa frase «I’m dead Wilson» que pronuncia House en las escaleras, no termino de saber si es real o una referencia a lo que el mundo piensa ha ocurrido. Volvemos así al principio de la historia y al que siempre ha regido el comportamiento médico de Gregory House: Everybody lies, título del primer episodio y guiño desde este último, titulado Everybody dies, que en su momento pareció un spoiler, pero no lo era del todo.
Pero, mucho antes de esa despedida, de ese partir en moto que simboliza el último viaje, hemos visto pasar las vidas de algunos de los más importantes personajes que ya no estaban en la vida de House, desde la fallecida Amber, que marcó un punto de inflexión esencial en la relación de House y Wilson y dio lugar a uno de los mejores episodios de la serie: Wilson’s Heart, hasta Cameron o Stacy, dos de los grandes amores de esta historia de ocho años, uno no correspondido por parte del protagonista y otro roto por su propia inmadurez o incapacidad de sobreponerse al dolor físico que el episodio Three Stories, otro de los mejores, nos dejó. Aquí echamos en falta la presencia de Cuddy, esa última figura femenina que mostró a House capaz de amar, incapaz de mantener una relación saludable y, por último, incapaz de aceptar su frustración y dejando un final de la séptima temporada que mostraba cómo el personaje había llegado ya al final de un camino de destrucción sin retorno tan evidente como el de la propia serie. Una pena que no hayan logrado convocar a Lisa Edelstein para una mínima aparición final.
Todo el episodio está lleno de metáforas y moralejas: desde ese infierno bajo sus pies que acompaña las secuencias de House en el almacén abandonado, hasta la reflexión en la que afirma que «hacer cosas buenas solo porque estás muriendo solo demuestra que el mundo es mejor si no estás». Todo el episodio nos lleva a un final triste, deprimente, casi podríamos decir que merecido, para una persona que realmente no aportaba nada bueno a la vida de quienes le rodeaban (aunque como espectadores disfrutáramos de muchas de las peculiaridades de House, yo soy consciente de que alguien así en el mundo real es una pesadilla). Sin embargo, los últimos minutos son para la esperanza, con la sonrisa de Wilson mirando su móvil en plan «!qué cabrón!» y esa sucesión de imágenes amables, invitando a disfrutar de la vida mientras suena el tema Keep me in your heart de Warren Zevon (Gracias Quinta Temporada) que no me extrañaría nada haber escuchado antes en Parenthood, lo que dice mucho de cómo ha sido el tono final del episodio.
Final muy redondo, muy adecuado, aunque poco intenso en dramatismo. Hacer un brillante piloto es relativamente sencillo (entendamos el adjetivo sencillo hasta cierto punto), mantener el nivel de una serie es muy complicado, pero conseguir un final que impresione, es un broche destinado a muy pocos creadores. En este caso, la intensidad ha sido sustituida por la corrección y la coherencia, también muy de agradecer.
Yo, después de 8 años de entretenimiento, en los que me he enfadado con los productores y amado hasta el extremo al personaje protagonista. Solo puedo dar las ¡Gracias!
Gracias, gracias y gracias por una serie así! GRACIAS!!