Emocionado preestreno anoche del primer episodio de la tercera temporada de Gran Reserva en el cine Capitol de Madrid. A la espera de que TVE salga de la parálisis provocada por los políticos y la ausencia de un Presidente que tome las riendas, un buen puñado de profesionales del medio televisivo representados en la Productora Bambú, responsable de la serie, se reunió anoche en el centro de Madrid para reivindicar el estreno de uno de sus mejores productos como punta de lanza de una reivindicación mayor, la de que TVE siga invirtiendo en ficción nacional. Esta misma reivindicación la hacía Luisa Martín anoche desde el escenario, apoyando con su presencia la producción de series españolas que definió como la mejor hecha en la historia de nuestro país. Junto a ella, gran parte del elenco de Gran Reserva y Gran Hotel, productores y equipo técnico de Bambú e incluso representantes de otras productoras que quisieron dar su apoyo al evento, que aplaudieron con entusiasmo los créditos de la serie y que rieron y jalearon algunos de los diálogos más lucidos del episodio (curiosa sensación imagino para los creadores, que no están acostumbrados a vivir estos momentos en los salones de cada uno y que además, se perciben de forma claramente diferente en amplia compañía-como ya pasó hace unas semanas en el preestreno de Mad Men).
Desde mi posición como espectadora y comentadora, me consta que en mi lado somos muy críticos con lo que se produce en España, con sus series, sus protagonistas, sus referencias a la cultura de la calle, a nuestra cultura. A veces podemos ser hirientes e injustos, en muchas ocasiones puede parecer que todo lo machacamos con desprecio y, sin embargo, creo que detrás de las críticas de muchos de nosotros solo se esconde un exceso de orgullo, un deseo ferviente de ver como lo nuestro funciona, de comprobar que sabemos hacerlo y estamos a la altura, como una madre que presiona a sus hijos cuando sacan un notable porque ella querría que fueran siempre niños de sobresaliente como el de la vecina americana y sus pecosos de ojos azules.
No es el caso de Gran Reserva, que brilla entre las series nacionales con un reparto excepcional, una factura envidiable y unas tramas que nada tienen que envidiar a las de las grandes historias de sagas familiares tantas veces plasmadas en cine, literatura y televisión. Los Cortazar y los Reverte son un ejemplo clásico de cómo configurar una historia alrededor de los más ruines villanos y sus ansias de venganza y poder, enfrentados a nobles personajes sin dobleces pero llenos de inseguridades que los hacen débiles y objetivo fácil de todas las desdichas que una familia pueda soportar. A su alrededor, pobres víctimas de sus manejos en forma de secundarios, que acaban por ser desgraciados o tan villanos como sus creadores, sin la capacidad genética que les aporta haberse criado entre mentiras y egoísmos.
El arranque de la tercera temporada es como una partida de ajedrez jugada como revancha entre sus contrincantes. Todas las fichas se recolocan y se empieza de nuevo la partida, sin olvidar como se ganaron o perdieron en la jugada anterior, sin quitar ojo a las jugadas que ya reconocemos en el rival y con la tensión propia de quién no quiere perder de nuevo o quién quiere seguir siendo el vencedor. El tablero estaba revuelto y la partida ha comenzado de nuevo, solo falta un árbitro que de permiso para activar el reloj.