Difícil la tesitura a la que deben enfrentarse los nuevos gestores de Televisión Española tras el obligado recorte al que se ha visto sometido el Ente que, como tantas otras empresas y familias, debe apretarse el cinturón y aprender a gestionar sus necesidades con mucho menos.
Ante la falta de dinero, dos son las primeras consecuencias inmediatas: recorte de personal, que en este caso parece que estará limitado a directivos y, según propone el Consejo, revisión de los contratos de los presentadores, que ganan mucho dinero y que aparentemente nunca se ven tocados por los recortes. Es la primera vez que vemos como se pone el foco en estos dos grupos de profesionales, quizá porque sea imposible ya recortar más los sueldos y equipos en los escalones más bajos del organigrama de la televisión pública, pero está bien que al menos se toquen los hasta ahora intocables.
Pese a todo, creo que a veces somos injustos con algunos de los profesionales de la televisión que más cobran, considerando que, solo por el hecho de ganar mucho dinero, son unos privilegiados a los que regalan esas cantidades astronómicas por poner su cara bonita frente a la cámara. Como ocurre también en no pocas ocasiones con los futbolistas de élite, cuando conocemos las cifras que se embolsan cada mes por hacer su trabajo, muchos nos llevamos las manos a la cabeza, sin saber cómo son las cuentas reales de esas empresas que les pagan y cuanto de ese sueldo que ganan se ve antes compensado en éxito, imagen de marca y, consecuentemente, ingresos.
Si bien es cierto que muchas de las cifras que a veces se dan sobre los sueldos de los presentadores de televisión son falsas y están infladas, no es menos cierto que las caras más conocida de la tele ganan una barbaridad, pero es una barbaridad que cada una de sus empresas juzga justa por el trabajo que hacen, la audiencia que atraen y el dinero en que esta audiencia se traduce pero ¿cómo medir esto en una empresa pública que ya no ingresa en función de la publicidad y por tanto de la audiencia? ¿daría lo mismo tener a Anne Igartiburu dando las campanadas a 30,000 euros que tener a una reportera cualquiera por 3,000? ¿habría bajado la audiencia? ¿habría supuesto esto algún tipo de perjuicio para la cadena?
Es muy difícil evaluar cuánto vale un presentador si su trabajo no se traduce directamente en ingresos. El peso de la imagen de marca y el éxito de un programa, la aceptación de una cara y una forma de ser en una televisión pública es medible pero ¿cómo la traducimos?
No debemos olvidar tampoco que los profesionales de los medios de comunicación, pero muy especialmente los que salen dando la cara en televisión, han de cobrar por su trabajo, pero también por la pérdida de intimidad que ese trabajo conlleva, con la carga que supone que cualquiera pueda juzgarles, y en no pocas ocasiones muy dura e injustamente (eso que decimos «va en el sueldo», efectivamente ha de ir), y la corta carrera que normalmente acostumbran a tener, independientemente de lo bien qué hagan su trabajo, aunque solo sea por la inevitable necesidad de las empresas de entretenimiento, de ofrecer a sus clientes novedades, cambios y reinvenciones imprescindibles para mantener su atención y renovarse.
¿Reducir los sueldos de los presentadores de la televisión pública? Si, como a cualquier otro trabajador de la administración. ¿Escandalizarnos porque cobran más que un funcionario medio? No, pues sus condiciones laborales no son como las de cualquier otro funcionario medio y así debe ser reconocido. Pese a todo, mi principal duda se mantiene ¿cómo lo medimos?
Desde luego por «dato de audiencia» mejor no valorarlo, porque entonces si se justifican 30.000 euros para Anne Igartiburu se podrían justificar 100.000 euros en una noche para Belén Estaban, que es bien sabido que atrae a más gente.