Leo esta noticia sobre la creciente importancia de científicos e investigadores en la elaboración de algunas series de televisión y no puedo evitar pensar que nos estamos pasando con ciertas exigencias televisivas.
Del mismo modo que mantengo que las series de adolescentes no deben revolucionar a los padres cuando hablan de drogas, relaciones sexuales o gamberrismo de formas extremas, por no tratarse necesariamente de un reflejo de la sociedad sino de un producto de ficción que busca la provocación, entiendo que las series que de algún modo están relacionadas con la ciencia no tienen, necesariamente, que ser fieles a la realidad.
Evidentemente, una serie tipo CSI o Bones debe mantener cierto grado de credibilidad para que el espectador la siga con atención pero, ni el espectador habitual conoce los medios de que disponen los más sofisticados equipos de investigación, ni tiene las nociones técnicas necesarias para saber si lo que le están mostrando es algo que puede ponerse en práctica de la manera en que se muestra o se trata de una fantasmada made in Hollywood. Lo importante entonces será, no tanto que sea real, como que sea verosímil, es decir, que las conclusiones que se saquen mediante los procedimientos mostrados estén justificadas con los procesos y aparatos que nos muestran, sean estos reales o algo que «estaría muy bien que existiera».
Una de las principales pegas que se le ponía a Fringe en su primera temporada eran las inexactitudes científicas que se cometían en sus guiones, críticas que lógicamente provenían de gente muy leída en materia de ciencia y muy analítica cuando se trataba de desgranar los procesos que llevaban a Walter a entender los misteriosos sucesos con que arrancaba cada entrega. Para mí, que soy de letras, pero muy de letras, cada episodio de Fringe era una sorprendente aventura hacia lo desconocido, hacia lo increible de la mente humana y sus posibles perversiones en materia de creación científica, y no me importaba lo más mínimo si esas cosas que me mostraban eran reales, imposibles o estaban por inventar. Sinceramente, creo que yo, en mi ignorancia, he empezado a disfrutar de Fringe antes que estas otras personas.
Lógicamente, me encantaría saber si las cosas que se ven en algunas de las series que sigo son posibles o fruto de la ingeniosa mente de un guionista con aspiraciones de científico pero, al final de cada episodio, con lo que me quedo es con el conjunto y no analizo los pormenores de sus detalles técnicos, del mismo modo que no me enfado cada vez que los malos eligen el coche más lento o que los buenos vuelven a caer en una trampa imposible de ignorar, salvo que la cosa no se sostenga de ninguna de las maneras y raye en la ridiculez. Porque, al final, se trata de entretener al espectador, con programas de ficción que estén bien llevados y nos sorprendan. Si queremos ciencia exacta y fidelidad a los libros, ya están los documentales.
Una de las grandezas de Fringe es que hayan conseguido que cualquier cosa que salga de la boca de Walter, por loca que sea, resulte verosímil en el contexto de la serie.
Eso sí, me sigue repateando que en otras series sean capaces de crear webs tremendas en minutos. Suerte que mi jefe no se lo cree todo 🙂