Los aficionados a la Fórmula 1 vivimos ayer uno de los grandes premios más aburridos y hasta absurdos de los últimos tiempos, por no decir de la historia (no me atrevo a ser categórica por considerarme una aficionadilla de medio pelo que solo está interesada en este deporte porque compiten españoles). Durante las dos horas que originalmente debería haber durado la retransmisión, lo más interesante que pudimos ver fue a Rihanna de estrellona por el paddock y si, esto no tenía nada de interesante, así que imaginad lo que sería el resto de la retransmisión.
Alrededor de las nueve de la noche, cuando ya la carrera debía haber terminado y los espectadores contaban con cambiar a su programa favorito de la noche, los monoplaza se ponían de nuevo, o deberíamos decir por fin, en marcha, entre constantes accidentes, errores de pilotos que los hacían entrar y salir de boxes y más lluvia. Con un panorama así, los que vemos este deporte por puro entretenimiento, sin mayor análisis de estrategias o sesudos razonamientos históricos estábamos entretenidos, porque pasaban cosas. El resto de los espectadores, los que de verdad tienen interés por la evolución de los coches, por las estrategias de equipo, por la observación de las distintas formas de conducción de unos y otros estaban también atentos porque, después de un largo fin de semana, algo se movía en el gran premio de Canadá.
Mi sorpresa llega cuando veo hoy las audiencias y me encuentro con que las audiencias de la tarde-noche para La Sexta lograron un 24,5% de share, un dato impresionante para una retransmisión que, durante dos de las cuatro horas que duró, apenas consistió en ver llover y aburrirse más que una estrella del pop cuando no es la protagonista. ¿Qué quiere decir este dato? ¿Es que el público es tan poco exigente como para quedarse dos horas viendo llover en televisión? ¿Es que el público simplemente dejó puesto el canal y siguió haciendo sus cosas de domingo por la tarde postponiendo el visionado de la carrera hasta que dio comienzo a las nueve de la noche? ¿O es que los mecanismos televisivos funcionaron tan bien que directamente no saber cuando la carrera iba a relanzarse fue el mejor sistema para mantener a toda una audiencia pendiente de la retransmisión?
Al hilo de este artículo (cansino el tema ya) que publica hoy El Mundo en el que se «destapan» algunas trampillas de los usuarios de aparatos de medición de audiencias, me inclino a pensar que este dato tan bueno para un programa inexistente no sea más que el fruto de un montón de familias que pensaban ver un programa y que, ante la ausencia de alternativa, optaron por dejar el televisor encendido a la espera de que se retomara la acción. Dado que desde la dirección de carrera no se informaba a las televisiones internacionales qué se pensaba hacer, estas no podían devolver la conexión a sus lugares de origen para poner un par de episodios de, por ejemplo, El Mentalista, o Megaconstrucciones, una solución que hubiera encajado perfectamente en el tiempo que estuvo parada la competición y que, sin duda, hubiera hecho que muchos espectadores optaran por cambiar de canal en lugar de esperar y esperar hasta dos horas. Al final las audiencias lo han agradecido, no sé si tanto los presupuestos de dos horas extra de conexión al satélite pero ¿son reales estos datos?.
En TPA pusieron el telediario tranquilamente…
De todas formas, el no saber cuándo va a empezar algo, hace que la gente lo siga viendo «por si empieza ahora». Ya pasó el año pasado en Japón creo, con la calificación del sábado.