El pasado domingo Cuatro estrenaba Perdidos en la ciudad, la segunda parte de aquel Perdidos en la tribu en el que tres familias españolas se trasladaban a remotos confines de la tierra para convivir con tribus de costumbres que se nos antojan casi prehistóricas. En aquella primera entrega los espectadores nos reímos de los españolitos casi tanto como aquellos que les recibían, viendo como comían animales recién cazados y sacrificados con sus propias manos, como debían lavarse en los ríos, embadurnarse el pelo de barro o no lavarse por tenerlo prohibido como mujeres y, sobre todo, como se comunicaban con el lenguaje más internacional de todos, el de las señas y el respeto mutuo. Pese a todo, los miembros de las diferentes tribus no veían con buenos ojos algunas de las actitudes de sus invitados, se tomaban como un desaire algunas de sus negativas y se pitorreaban de lo que consideraban ñoñerías de la gente de ciudad.
Ahora las tornas están cambiadas y son los miembros de estas tribus los que, después de un terrorífico vuelo de duración interminable, están en ciudades españolas, con nuestras costumbres, nuestras ropas, nuestro agua corriente y nuestro inevitable pitorreo.
Mientras se emitía, algunos se preguntaban si esta nueva versión del programa no podría suponer un problema para los miembros de las tribus una vez regresen a casa. Que se acostumbren al agua corriente, a los mullidos colchones de latex y a acudir al supermercado para traer «la caza» a casa podría resultar traumático según la opinión de no pocos espectadores. Que además en los programas sucesivos veamos escenas ridículas en las que los protagonistas no saben utilizar un cubierto, vestirse correctamente o caminar por un tumultuoso centro comercial, seguro que da algún titular a las asociaciones que siempre están ojo avizor ante el más mínimo atisbo de problema para satanizar a la televisión.
Personalmente, me sitúo más en el grupo de aquellos que no ven mayor problema en este experimento televisivo y creo que considerar que les puede suponer un trauma volver a casa es dar por sentado que lo que nosotros tenemos es mejor que lo que ellos disfrutan, sin pararnos a buscar los matices que posiblemente hagan de su vida una tan estupenda como la de cualquiera: posiblemente vivan menos años por falta de atención médica adecuada, pero no han de temer morir en un accidente de tráfico o un atentado terrorista, tendrán que salir a cazar a diario, pero no tendrán que enfrentarse a alimentos transgénicos, pollos hormonados o tomates que no saben a nada.
Y respecto a las numerosas situaciones a las que se enfrentarán y que nos provocarán hilaridad, espero que desde el respeto por supuesto, la edición sea fiel y sin complejos, pues del mismo modo que hemos utilizado a unos para enriquecer el programa con situaciones cómicas, debemos enfrentarnos a los otros en las mismas circunstancias, sin falsos pretextos fruto del sentimiento de superioridad que a veces nos hace caer en un falso respeto desde el que solo son ridiculizables ciertas actitudes según de quién provengan.
Por el momento la audiencia ha tenido curiosidad por esta primera entrega, que ha logrado un 12,3% de share, casi lo mismo que el regreso del Doctor Mateo a Antena 3, apenas dos décimas por delante.
Pues como haría cualquiera: pasarán el rato viviendo experiencias nuevas y cuando vuelvan a su casa, con sus amigos, su familia y la vida que han conocido siempre, se echarán unas risas contando anécdotas.