En su gala de anoche, Operación Triunfo marcó mínimo histórico de audiencia, con un pobre 12% de share y sin lograr congregar siquiera a dos millones de espectadores. Los motivos por los que la audiencia está dando la espalda a este formato, de gran éxito en sus comienzos, aunque en notable desgaste en sus dos últimas ediciones, pueden ser tan variados como personas han dejado de verlo, pero a bote pronto se me ocurren una serie de motivos que podrían estar colaborando a que nos encontremos, más que probablemente, frente a la última edición de la historia del concurso.
La presentadora: hagamos memoria primero. En un principio fue Carlos Lozano, un nombre que hoy en día se nos presenta antipático y pesado, tras la utilización de su nombre como remitente del spam de Rico al instante que ya hemos comentado aquí. Sin embargo, su paso por el programa no fue malo, logró conducir con éxito un nuevo formato y consiguió audiencias record para aquel momento. En mi opinión además, ha sido el presentador que mayor empatía ha logrado tener con los concursantes.
Tras él y con el paso del programa a Telecinco, Jesús Vázquez se hizo cargo de la conducción y, temporada a temporada, vimos como el formato se le iba de las manos por culpa de un jurado estrella y unos aspirantes a cantantes que no admitían críticas. Entre él, Ángel Llacer y Risto, la última edición del concurso se convrtió en un auténtico show y no precisamente el que esperamos ver.
Y este año tenemos a Pilar Rubio, la presentadora estrella de la cadena, la niña mimada de Vasile a quién quieren convertir en la Anne Igartiburu de Telecinco mientras ella sufre los nervios y la falta de control de un largo directo que en numerosas ocasiones se le escapa. Tiene suerte de que este año los concursantes parezcan venir más domados de la academia, pero no quiero ni pensar lo que sería su trabajo de tener que enfrentarse a cosas como esta. Que Pilar no lo hace bien es un hecho, pero no creo que el fracaso del programa esté en su trabajo, ni que su hipotética sustitución fuera a resolver el problema.
El jurado: cuando uno piensa en el jurado de OT es inevitable que venga a la memoria la figura de Risto Mejide, protagonista por excelencia de la mesa arbitral de este concurso, auténtico empuje de audiencias y sin ningún género de dudas el que, con sus comentarios, más se ha acercado a la dura realidad que cualquier personaje popular debe afrontar cuando trabaja de cara al público. Es posible que en ocasiones se pasara de la raya, pero no debemos olvidar que interpretaba un papel y que su presencia, pese a las caras de desaprobación constante de Noemí Galera, era requerida año tras año por los directivos de Gestmusic, que de tele saben mucho.
Este año no tenemos un Risto y, en su lugar, han aprovechado la fusión con Cuatro para rescatar a Eva Perales de Factor X y convertirla en azote de concursantes. No es suficiente: la audiencia pide más caña. Junto a ella, el estrepitoso fracaso de Fernando Argenta como crítico, el paso de distintos personajes del mundo de la música que no tienen soltura para hablar en televisión y hasta la repesca de un Ángel Llacer que ha perdido todo el interés. Solo ayer, con la presencia de José Antonio Abellán, vimos algo interesante y prometedor, pero no sé si durará.
Los vídeos: otro cambio de este año que necesriamente tiene que estar pasando factura son los vídeos que nos muestran durante la gala. Acostumbrados a ver a los concursantes ensayando sus temas, sufriendo con las notas más difíciles, tropezando con las coreografías, ayudando al espectador a estar pendiente de la actuación para localizar esos puntos de interés, lo que nos ofrecen este año es sencillamente aburrido. Y encima han incluido una voz en off, tan innecesaria como exagerada que solo sirve para despistar la atención del espectador, que parece estar viendo una promo del programa que ya está viendo en lugar de un contenido.
La escaleta: en esta línea de mostrar videos sin contenido y sin relación alguna con lo que vamos a escuchar a continuación en la gala, la escaleta parece estar hecha lanzando elementos al aire y emitiéndolos según caen, pues no son pocas las ocasiones en las que vemos presentación de una pareja que va a cantar, vídeo no relacionado y a continuación actuación de otro concursante diferente. Luego nos extrañamos de que Pilar Rubio esté perdida.
El sistema de votaciones: un cambio inexplicable desde el punto de vista económico, pues no entiendo cómo se renuncia a la captación de votos durante una semana entera y se sustituye por apenas 10-15 minutos de llamadas. Recaudación al margen, elimina además un elemento de tensión importante durante la hora de prime time, y traslada toda la emoción de las nominaciones y la expulsión a la madrugada, en lo que me parece un error de estructura bastante claro.
La presencia de dos realities al mismo tiempo: no recuerdo si es la primera vez que conviven, pero me atrevería a afirmar que así es y este puede ser uno de los grandes errores de esta edición del programa. Si algo ha sabido hacer bien Telecinco con sus realities es sembrar toda la parrilla con los análisis de concursantes y estrategias y en este caso podemos afirmar que Operación Triunfo está prácticamente desaparecido. Sin la necesaria retroalimentación del resto de programas, el reality pierde fuerza y muchos son los que no recuerdan siquiera que existe.
Estas son solo algunas de las cuestiones que en mi opinión están afectando gravemente al desempeño del concurso, pero como decía al principio, estoy segura de que hay muchas más. Por añadir algo bueno, este año las canciones son mucho más modernas y los concursantes cantan bastante mejor que en años anteriores… algunos.
Me llama la atención que hayas olvidado el principal ingrediente de este desaguisado: los «artistas». Cantan horriblemente mal, desafinan, desentonan, carisma nulo, no saben caminar por un escenario que parece pequeño, confuso y extraño (a veces parecen estar en más de un sitio a la vez), no digamos ya bailar, no parecen saber nada de nada de música (la cara que pusieron al saber que entraba Albert Hammond, perfecto desconocido para todos ellos, lo decía todo).
Por no hablar de los vestuarios, maquillajes y coreografías. Y las sandeces totales que suelta el «profesorado» de la academia.
Con estos mimbres no se puede hacer un programa de música.