Este fin de semana TVE comunicaba que eliminaba de la parrilla el programa de entrevistas de Boris Izaguirre, Humanos y Divinos. La cadena no ha informado de las causas de esta cancelación, pero parece evidente que es consecuencia de su baja audiencia, que en sus cinco semanas de emisión ha rondado el 7% de share.
Dado que TVE no necesita competir por la audiencia para financiarse, choca esta decisión, por otra parte legítima si realmente el programa no interesa a la audiencia. Sin embargo, se generan una serie de interrogantes sobre cuales son los criterios para mantener o cancelar un programa si el seguimiento masivo del mismo no es una justificación.
El éxito de un programa de televisión solo puede medirse de dos maneras: cuantitativamente, en función de cuantas personas lo siguen, o cualitativamente, independientemente de cuanta gente lo vea, para darle caché a la cadena por una buena producción o por sus valores educativos o sociales. La primera medida es sencilla, tremendamente tirana y seguramente fomente la creación de programas morbosos, amarillos y muy simples en su apariencia. No ocurre siempre así y grandes producciones televisivas han logrado excelentes datos de audiencia, pero existe el riesgo.
La segunda forma de medir, la cualitativa, es engañosa ¿quién decide qué es calidad? ¿qué valores deben buscarse en un programa de televisión para decidir que su calidad es buena o mala? Cuantos de estos valores hay que sumar en un mismo producto para dejarlo en la parrilla o retirarlo. Demasiado subjetivo todo.
Se plantea también otra cuestión ¿atraer al máximo número de personas a un programa de televisión no es un servicio público? Si tenemos un programa de entrevistas o un documental cuyo fin es culturizar a la sociedad y aportar entretenimiento que deje un poso de conocimiento, deberemos buscar una audiencia suficientemente grande como para pensar que, efectivamente, la sociedad se beneficia de este servicio público. Si al final resulta que son tan solo unos pocos los que conectan con el programa, es posible que sean estos precisamente quienes ya estén culturizados y nuestro fin último no encuentre clientela, luego la medida cuantitativa podría válida.
Cuetiones tremendamente complejas que, una vez planteadas, nos hacen pensar que seguramente el tema de las audiencias sea más una convención para no volverse loco que un verdadero interés por lo que la audiencia demanda.
Se te olvide un factor importante en todo esto: el coste del producto.