Basado en estadísticas de enfermedades y fallecimientos relacionados con la comida, Huntington en West Virginia es la ciudad donde peor se come de EE.UU., convirtiéndose en la ciudad más obesa del mundo. Y el famoso cocinero británico Jamie Oliver ha decidido cambiar los hábitos de consumo de los niños de la ciudad para garantizarles un futuro mejor y lo plasma televisivamente en este coach llamado Jamie Oliver’s Food Revolution.
Su primer escollo, su nacionalidad: que venga un británico a decirles que son la ciudad menos sana, no ya de América, sino del mundo, no es algo que un americano acepte fácilmente. Pero en eso se basa un buen reality show, en el conflicto, sea cual sea.
Primera sorpreesa: pizza para desayunar y chicken nuggets para comer. Welcome to America! Fabulosa la actitud de Jamie, incisivo, faltón y taaaan british, que podría sacar de quicio a cualquiera y de hecho lo hace. Un premio para el cocinero y otro para cada una de las personas que han tenido que aguantarle, aunque no tuvieran razón.
Segunda sorpresa: los niños pueden tirar la comida sin problemas, nadie les obliga a comerlo todo, de manera que se alimentan de lo más rico y grasiento y dejan lo mínimamente sano, lo verde, las legumbres, el pan.
A los quince minutos el programa me ha cautivado, pero claro, yo es que tuve una hija escolarizada en Los Ángeles y sé lo que le daban de comer en el colegio, por lo que entiendo perfectamente lo alucinado que está Jamie cuando ve los menús y las actitudes frente a la comida.
El socorrido recurso de juntar en la mesa toda la comida grasienta que una familia media consume en una semana es como una apisonadora sobre la moral de los protagonistas y los espectadores, un gran recurso dramático. Esto ya lo hemos visto en España, en alguno de los programas de coaching que Cuatro ha emitido, ahora no recuerdo si en el Soy lo que como o en el que invitaba a reciclar, es brutal, aunque de un poco de reparo ver tanta comida tirada a la basura.
Por supuesto, el plan de Jamie choca con la complicada burocracia, que para cambiar las comidas de un colegio exige rellenar montones de papeles y ajustarse a miles de normas. Pese a que comen muchas guarrerías, es lógico que ni el gobierno ni los padres quieran que se utilice a sus hijos como conejillos de indias y menos de un programa de televisión, pero todo es ponerse…. y sin pasarse del presupuesto.
Solo he visto la primera entrega pero son 42 minutos que se pasan volando y que te dejan con ganas de más. Ya tengo los cuatro siguientes.
Yo lo llevo viendo desde el primer día, y aunque se nota muchísimo el formato «pre-cocinado» del programa (enfrentamientos, enemigos, aliados, cambios de bando, etc…) y un enfoque descarado sobre todo el «drama» (tanto el añadido como el real), es muy entretenido de ver.
Y sí, hay cosas chocantes. A mi me chocó especialmente la excursión que hace en el capítulo 4 con el tipo de la radio.
Siendo sólo 6 capítulos, este es uno de los reality’s con los que me permito ser autoindulgente 😛