Años escuchando hablar de la televisión pública sin publicidad, tanto por parte de aquellos que reclamaban un modelo como el de la BBC, como por las propias televisiones privadas, convencidas de que sin TVE el pastel publicitario engordaría sustancialmente y, ahora que lo tenemos a las puertas, todo el mundo está descontento. Lo que no esperaban ni unos ni otros es que la decisión final tomada para cumplir sus deseos acabara por convertirse en una trampa que saquee el bolsillo de ciudadanos, televisiones públicas y operadores de telecomunicaciones (que nunca pierden y que se limitarán a transferir el cargo a sus clientes) y, desde que se marcaron las directrices de lo que será la nueva financiación a partir de septiembre, no ha habido una sola voz a favor.
Por una parte están las cadenas privadas, que ya han mostrado su descontento con esa tasa del 3% de sus ingresos netos que irá a parar a la financiación de la pública, cantidad que ven imposible sufragar con el aumento de la publicidad. Personalmente, no sé qué cuentas hicieron en UTECA para creer que toda la publicidad que dejara de estar en TVE pasaría automáticamente al resto de cadenas privadas, sin pensar en otros medios en crecimiento, como internet sin ir más lejos.
Por otra parte, los anunciantes empiezan a mostrar su disconformidad y a amenzar con denuncias por incumplimiento de contrato, además de ver como las tarifas en el resto de cadenas pueden llegar a engordar hasta un 30%, lógico si pensamos que el espacio publicitario es el que es y, dado que no caben todos, la ley de mercado dice que habrá que subir el precio.
Los propios trabajadores de la cadena pública están en pie de guerra, por lo que consideran un atentado a la producción que imposibilitará la creación de obras de categoría como Amar en tiempos revueltos, Pelotas o Herederos (no lo digo yo, es su argumento, entre otros muchos), aparte de la previsible pérdida de puestos de trabajo (desde ya mismo en el departamento comercial, que pierde todo su sentido), y se han movilizado rápidamente en la red creando página web, Twitter y perfil en Facebook bajo el nombre RTVE en lucha.
No podemos dejar a un lado a las operadoras de telecomunicaciones que, sin ser un actor directo en el sector, se verán obligadas a desembolsar un 0.9% de sus ingresos y que, descontentas con la aplicación de la tasa, ya amenzan con incrementar sus tarifas y hacer constar en las facturas, bien grande y en vivos colores, qué porcentaje del importe a desembolsar por el ciudadano se corresponde con el mantenimiento de la televisión pública.
¿Falta alguien por protestar? Muy directamente los ciudadanos, que aun no se han manifestado en uno u otro sentido, pero que probablemente no lo harán, aunque sólo sea porque no existe un órgano de representación ciudadana que pueda englobar este tipo de protestas o disconformidades, al menos no existe otro que no sea la votación directa en las urnas a uno u otro partido político, algo que definitivamente supera lo que se haga en materia de televisión pública y que la gente no tiene en cuenta a la hora de elegir una u otra papeleta, máxime cuando existen temas mucho más gordos que le están afectando directamente. De todos modos, siendo el ciudadano, de forma más directa que nunca, el que sostendrá la televisión pública, me parece interesante la lectura de este post de Gonzalo Martín donde se nos invita a erigirnos en propietarios de todo lo producido por la cadena con argumentos tremendamente sólidos. Algo similar ha empezado a hacer ya la BBC.
Y por último, apelar al famoso refrán «Cuando las barbas de tu vecino veas cortar…» y pensar en cuanto tardaremos en ver a las televisiones autonómicas intentar copiar este modelo de financiación. Algunas ya han empezado a estudiar la posibilidad.
Espinoso tema… está bien que se haga algo con RTVE pero no creo que sea el momento ni las formas. Entiendo que las protestas serían inevitables, es lo lógico cuando se toca un sistema que, hasta ahora, parecía tabú, pero desde luego tal como están las cosas me parece un abuso, no sé si para distraer la opinión pública, o intentar ganarse su favor de cara a otros problemas más serios… algo torpe porque el espectador no suele confiar en los políticos, y al final se olía la tostada a kilómetros. Quizás hubiera sido suficiente que, para empezar, se cumplieran las leyes vigentes…