Muchas veces nos quejamos en España de lo poco entregado que está el espectador a la industria cinematográfica nacional, de cómo se le da la espalda a los estrenos y cómo los exhibidores no quieren películas españolas por su escaso rendimiento. A esta queja algunos responden con los datos de audiencia de las producciones nacionales para televisión, que arrasan en prime time y parecen haber dado con el secreto del éxito.
La semana pasada se estrenaba en cines una película llamada Mentiras y gordas, en cuyo plantel figuraban algunas de las estrellas jóvenes de la ficción televisiva, y el éxito ha sido rotundo. Con apenas 122 copias en exhibición, la cinta ha recaudado 1,82 millones de euros, situándose en el número 1 de recaudación y eso apenas en una semana.
Yo no digo que todas las películas españolas deban ser un calco de lo que ya vemos en televisión, pero si afirmo que si los cineastas tuvieran menos miedo a hacer productos comerciales sin que se les cayeran los anillos por ello, al sector le iría francamente mejor. Necesitamos películas que reflejen la capacidad artística de nuestros creadores, que sin duda existe y es muy notable, pero no podemos aspirar a que sea rentable una industria basada exclusivamente en productos de culto, en dramas históricos o temas que sólo interesan al director. Si se quiere tener una industria potente y que funcione hay que buscar lo que el espectador está demandando y, aun a riesgo de acabar pareciéndonos a la televisión en sus defectos, no es menos cierto que son los productos de ficción los que salvan la cara a las cadenas y donde hace años venimos demostrando saber hacer, capacidad de crear obras que puedan exportarse y sobre todo conexión con el espectador, que es el equivalente al cliente de esta importante empresa que es el cine.
Es muy fácil decir que así habría trabajo para muchos, que los espectadores responderían mucho mejor y que todos saldríamos ganando, incluso aquellos que quieren hacer películas minoritarias porque al final todos se benefician de un sector que funciona, pero ya imagino a los puristas diciendo que habría trabajo pero el resultado sería cine basurilla ¿es que no hay un término medio? ¿por qué el cine tiene que ser necesariamente distinto? Máxime si está demostrado que no funciona.
Esa es una reflexión que he hecho muchas veces.
Parece que, como podría decirse que también ocurre en la industria norteamericana, la televisión acaba por adelantarse al cine. Después de pensarlo, creo que la razón es bastante simple: la televisión es un medio más inmediato, donde se puede hacer un seguimiento más exhaustivo de los gustos del consumidor, seguir las tendencias y adaptarse con rapidez. Es relativamente más fácil ver qué cosas funcionan o no funcionan cuando uno cambia de canal; sin embargo, es mucho más complicado deducir por qué cosas estaría dispuesto a pagar el espectador.
Complicado, pero no imposible. Si se toma como banco de pruebas la televisión, yo creo que es posible romper esa antipatía que sienten muchos espectadores por el cine español. Que al final acaben saliendo películuchas de medio pelo no creo que sea un problema, porque de todas formas ya se hacen, el problema, pienso yo, es que existen de un lado prejuicios (y sí, me considero culpable, pero es que después de ciertos bodrios, como para no tenerlos), y por el otro, esa incapacidad para conectar y dar al público lo que quiere.
Porque sí, el «cine de autor» está muy bien, pero es difícil mover al público, que es quien lleva el dinero en sus bolsillos, si no le ofreces un gancho más atractivo que el prestigio de un director que de todas formas les importa un pepino (la mayoría sólo quiere pasar un rato entretenido).
De todas formas creo que la situación del cine es reflejo del carácter español: por un lado un orgullo exacerbado, y por el otro falta de autoestima.