Esta noche la novena edición de Gran Hermano dará a conocer a sus finalistas y la semana que viene echará el cierre la edición más tranquila que se recuerda de este polémico reality.
Tras años de voces, insultos, peleas en plató y espectáculos indignos de todo tipo, cuando ya parecía que el formato estaba acabado, un grupo de dieciseis jóvenes bien avenidos ha revitalizado el concurso a base de llevarse bien y demostrando que el morbo de ver Gran Hermano no reside solo en las peleas a cara de perro, sino en el conjunto de ver como evoluciona una convivencia donde, por supuesto, tiene que haber peleas, como las hay en todas las casas, pero donde estas no tienen que ser denigrantes.
Personalmente he seguido con atención tan solo dos ediciones de Gran Hermano, la primera por supuesto y esta última, donde he tenido curiosidad por saber qué ocurría y no me he sentido desagradablemente empujada a ver cualquier otra cosa ante el espectáculo patético que ofrecían los protagonistas, incapaces de relacionarse como personas, aunque solo fuera por la vergüenza de estar siendo observados por un montón de gente.
Y como yo, creo que este año, el programa ha cosechado nuevos espectadores gracias a esta armonía que se ha respirado en la casa, armonía que insisto, no significa que no haya habido discusiones y algún que otro grito, pero nada que ver con lo que acostumbramos a relacionar con Gran Hermano. Y no será gracias al casting inicial, donde evidentemente había unas cuantas piezas de cuidado, pero que fueron siendo nominadas y expulsadas de forma fulminante, demostrando que concursantes y público querían este año otro tipo de programa.
El mérito es por supuesto de los concursantes, pero intuyo que algo de culpa tendrá también el hecho de que haya desaparecido el programa A tu lado, lugar de recalada de expulsados donde airear broncas estúpidas por un puñado de billetes, e incluso los debates cara a cara de Salsa Rosa, donde también era fácil encontrar a concursantes del programa sacando trapos sucios de cualquier ex-compañero con tal de mantenerse en el candelero y rentabilizar su paso por el programa. Ante estas evidencias no puedo más que afirmar que el panorama está, sin duda, sensiblemente mejorado.