La proliferación de los efectos especiales en cine y televisión nos ha conducido a un estado en el que damos por sentado que todo se hace mediante ordenadores y da la impresión de que estos siempre han estado ahí para beneficio de los trabajadores del sector.
Pero no, hace bien poco (o mucho, según se mire) la simple elaboración de unos dibujos animados conllevaba horas de inventiva y de soluciones hoy reconocibles como caseras para dar con el sonido perfecto o el movimiento idóneo.
Ejemplo claro de lo que comento es este artículo donde se desvelan los secretos de la producción de Blancanieves, la primera película largometraje de Walt Disney en la que un actor tuvo que meter la cabeza en una caja para simular la voz del espejito mágico o una torre de cajas tuvo que ser derribada para ilustrar la caida de los enanitos por las escaleras.