Esto es una completa locura, pero parece que podría ser una tendencia: ver las series en fast forward. Derivado de la libertad que ofrece al espectador la visualización de contenidos en YouTube y plataformas de vídeo en streaming, rebobinando, acelerando donde se pierde el interés, parando, repitiendo, los usuarios se han vuelto poderosos y quieren tener el control absoluto sobre lo que ven, decidiendo cuánto tiempo invierten en cada cosa, qué historias le interesan y cuales son prescindibles.
Así, la tradicional manera de consumir televisión, dejando en manos de sus creadores cuánto tiempo se invierte en cada trama argumental, cuánto se cuenta de una historia, cuánto se interrumpe con otras tramas paralelas, se convierte en una incomodidad para los espectadores más modernos y más acostumbrados a no dejarse llevar, a tener el mando. Además, con la ingente cantidad de contenidos que hoy tenemos a nuestra disposición, la posibilidad de no ver al menos un buen puñado de las series de las que todo el mundo habla no parece una opción, al menos si no quieres quedarte fuera de la conversación.
No lo digo yo, lo dice este artículo del Washington Post, reconociendo de entrada que para muchos puede resultar una aberración pero constatando que, en los tiempos de exceso de contenido que vivimos, no solo es una buena manera de estar al día con todo lo que hay que ver, también una excelente manera de sacarle partido a las series, que «son mucho más divertidas cuando los gags se suceden a un ritmo frenético». La tecnología además permite que el hecho de pasar los vídeos a una velocidad de 1,5x o 2x no sea como antes, una sucesión de imágenes a mayor velocidad pero sin audio, sino que se puede escuchar perfectamente el diálogo, eso sí, más rapidito. Puede parecer una memez, pero cuando hay aplicaciones que puedes incorporar a tu navegador para que este modo de reproducción sea el habitual, es que algo definitivamente está cambiando.
La primera idea que me viene a la cabeza cuando pienso en este modo de ver televisión tiene que ver con la creatividad, con la experiencia que se diseña en una sala de guionistas primero y en la sala de edición después, ese mimo con el que se construye una escena, con el que se trabaja un episodio entero, añadiendo música para incrementar la tensión, despistando con tramas que parecen ajenas pero están ahí por algo más que meros rellenos, haciendo que algunas cosas pasen casi desapercibidas para luego darnos con ellas en todos los morros. Con este sistema de ver episodios todo queda desdibujado, gran parte del trabajo desaparece bajo el botón de acelerar, resulta inútil. Pero es cuando me explican un detalle cuando todo esto cobra menos importancia y hasta le puedo dar un poco de credibilidad al hecho de que sea una buena manera de ver televisión, el paralelismo con la lectura de un libro, esa manera en la que podemos leer en diagonal alguno de los pasajes que nos ofrece, el hecho de poder releer un párrafo que nos impacta, la libertad para parar y seguir en cualquier momento y leer a nuestro propio ritmo, en función del tiempo del que dispongamos o cuánto nos esté gustando lo que leemos en la manera en la que fue concebido.
No es menos cierto que la opinión que uno puede tener de una obra literaria que ha leído a saltos nunca será la misma que la de aquellos que se han metido entre todas sus líneas, palabra a palabra, más allá del hecho claro de saber que no te está gustando mucho un libro del que no devoras todas sus frases y lo mismo ocurre con la ficción audiovisual. Sí, es posible que Modern Family pueda ser vista a una velocidad algo mayor que la original y no perderse nada, y no digamos ya cosas como el show de las Kardashian y similares, pero no ocurre lo mismo con otras historias como Bloodline, Rectify o Transparent. Es necesario en este tipo de historias sentir la quietud, la soledad, el silencio, el ritmo inexistente, es imprescindible para meterse en la piel de los personajes y sentir lo que puede ser estar en su situación. Verlo a doble velocidad te hará conocer su historia, pero perderás la experiencia de hacerlo, será como si te lo hubieran contado, pero no lo vivirás. A veces es importante aburrirse, impacientarse, querer que el tiempo pase en esa isla húmeda, en ese pueblo asfixiante, que la gente que te rodea suelte lo que están pensando de una vez, que se dejen de vericuetos, de excusas, pero esa es la grandeza de algunas series, de esas historias que están construidas así intencionadamente, para crear un clima imprescindible para entender a los protagonistas. ¿Anatomía de Grey? ¡Claro que puedes verla en fast forward ignorando los casos médicos, o al revés!
El artículo en cuestión hace mucho hincapié en la manera en que las sociedades han cambiado y de qué manera se ha pasado de contar historias a un ritmo lento e ingobernable a hacerlo con el control que permite la tecnología y, aunque en muchas de sus afirmaciones tiene mucha razón y una lógica aplastante: es más eficiente leer un libro a nuestro propio ritmo que esperar a que alguien nos lo cuente con el suyo, creo que se pierde el quid de la cuestión, que no es tanto el hecho de transmitir una idea o contar una historia con su introducción, nudo y desenlace, sino el transmitir una experiencia completa, hacer sentir al espectador y eso necesita de mucho más que la mera traslación de lo que acontece, más que la simple sucesión de ideas, chistes o hechos dramáticos y para eso, no basta con enterarse de qué ha pasado, es necesario, imprescindible diría yo, dejarse envolver por el cómo, con todo lo que ofrecen sus creadores, de la manera en la que ellos lo pensaron, aunque luego sea para decir ¡Qué pérdida de tiempo!
Y sobre todo, no olvidemos lo principal: que no es obligatorio verlo todo.
[…] rato y dejo a los personajes hablando de sus cosas. No todas se merecen ese trato. Como bien dice la Chica de la tele, hay algunas que tienen su propio ritmo. “Hannibal” es una de ellas: los personajes […]