Después de fijarnos mucho en audiencias, cambios en patrones de consumo o derivaciones económicas de los nuevos modelos de creación audiovisual, ahora es el momento en que los críticos y analistas empiezan a darse cuenta de las consecuencias puramente creativas que estos cambios suponen y empiezan a surgir las dudas sobre la idoneidad del cambio o, si no queremos ser tan drásticos, sobre la manera en que estas modificaciones afectan a las historias que se quieren narrar.
Porque asumimos que se quiere contar una historia ¿o no?
Puede parecer una pregunta retórica, pero no lo es tanto, y quizá debería preocuparnos cuando vemos cómo la evolución de la narrativa audiovisual atraviesa momento muy bellos, estéticamente hablando, pero con una clara tendencia al preciosismo por un lado o al mero impacto superficial por otro. Lo primero viene derivado de la manera en que se distribuyen las series hoy en día, tanto si se trata de estrenos puestos a disposición del público de una sola vez, como si se trata de temporadas antiguas que pueden revisitarse en las distintas plataformas de vídeo online.
La tradicional manera de construir historias a base de bloques bien conformados de tantos minutos como duraban los episodios se está empezando a dejar a un lado, conscientes como son las productoras y distribuidoras de contenido de que el espectador que consume vídeo online rara vez lo hace de episodio en episodio y por lo tanto las cosas no han de ir tan rápido. Esto es definitivamente un problema, con ejemplos recientes que nos muestran arranques narrativos de dos o tres entregas, lo que es mucho más tiempo de lo que duraría una película y que se pierden a menudo en planteamientos oníricos, preciosistas, en músicas cautivadoras y grandes demostraciones de presupuesto y puesta en escena pero que, en última instancia, no cuentan nada.
Se está perdiendo así la capacidad de atrapar al espectador en apenas unos pocos minutos, el virtuosismo de los ‘cliffhangers’, destinados a mantener la tensión durante un mínimo de siete días, si no más, y esa habilidad de las tramas para hacer que el espectador quede pegado al sofá, deseando que pasen cosas, al mismo tiempo que desearía que pasaran más despacio para no llegar al temido final de episodio y la larga espera semanal.
Pero la cosa puede ser peor y si no, miremos lo que ocurre con las historias que se consumen mayoritariamente entre los más jóvenes. En ocasiones resulta complicado, para quienes hemos vivido los tiempos de la parrilla estática, comprender la manera en la que toda un generación prefiere navegar por la inmensidad de la red, buscando algo bueno que llevarse a los ojos, indagando y desgranando cientos de vídeos de calidad variable en lugar de dejarse engatusar por la pasividad de una televisión tradicional donde casi todo es previsible, pero sumamente cómodo de disfrutar.
Ver minutos y minutos de gatitos acomodándose en rincones imposibles, de chavales verbalizando su querido diario absolutamente personal e inconexo, ver contenidos incompletos, a menudo en teléfonos móviles con el audio silenciado, entre clases de la universidad o a trompicones en el metro ¿qué estructura narrativa tiene eso?
Alguno puede pensar que no es importante, que se trata de creaciones que conectan, en alguna esfera de la sociedad que vivimos y que eso es lo importante, que lejos de echarnos las manos a la cabeza porque las cosas cambian, lo que debemos hacer es adaptarnos y dejarnos llevar por esa marea de creatividad caótica y desordenada que nos ha tocado vivir. Y puede que no les falte razón.
Pese a todo, cuando éramos niños nos enseñaron aquello de la introducción, nudo y desenlace y todo cobraba un cierto sentido. No solo a la hora de construir una historia de ficción, a la hora de entenderla cuando la leíamos o cuando íbamos al cine. La estructura es el pilar sobre el que se construyen las cosas, el armazón que durante siglos ha transmitido de generación en generación la forma en que se narraban las historias. Ser capaces de mantener un elemental camino en ellas debería seguir siendo un objetivo entre quienes nos quieren contar cosas y aunque el entorno cambie, aunque se modifiquen las circunstancias personales de quienes consumen entretenimiento a diario, es algo que difícilmente se va a perder y que posiblemente no debemos temer.
Tanto si se trata del día a día de los periquitos del vecino, como si asistimos a lo último de los Wachowski, las historias están para ser contadas y, al fin y al cabo ¿quién no ha tenido un amigo desordenado a quién no hay quién entienda cuando cuenta una historia pero nos lo hace pasar genial?
Imagen: bbggadv.com
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