La sociedad española y la americana tienen algunos parecidos, pero me atrevería a decir que son más las cosas que nos separan que las que nos unen, al menos en lo que se refiere al comportamiento colectivo.
Sí, los programas de televisión pueden funcionar muy bien en EE.UU. y por extensión hacerlo después en España, aunque estemos pasando por una época en la que la ficción nacional tiene muchos más adeptos que las multimillonarias producciones norteamericanas. Pese a todo, siempre tenemos la vista puesta en lo que triunfa en las grandes cadenas extranjeras y cuando algo es un hit, no faltan candidatos a adaptarlo, a menudo poniendo la vista únicamente en los resultados para cadenas y productoras.
Así es como han llegado a versionarse cosas como Pesadilla en la cocina o El Jefe, programas que tienen un resultado final muy distinto en una sociedad tan dada a ofrecer segundas oportunidades, a crecer con los errores, como la norteamericana y en España, donde somos tan dados a machacar al débil, más aún si sale en la tele mostrando sus miserias.
Es así como en un principio no logré entender qué llevaba a algunos restaurantes a prestarse a participar en el programa de Chicote, mostrando lo guarros que pueden ser algunos hosteleros, las miserias que se esconden tras una cocina y lo que puede llegar a significar ahí detrás que la carta de un local esté llena de pegotes y grasa. Ya he comentado alguna vez cómo mi percepción de los restaurantes ha cambiado con este programa y lo difícil que se me hace estar cómoda en algunos sitios en los que claramente identifico errores recurrentes de los que se ponen de manifiesto en Pesadilla en la cocina. Yo no tengo problema en dar una segunda y una tercera oportunidad a la gente, pero cuando juegan con lo que me llevo a la boca, igual no soy tan maja.
Algo parecido me pasa cuando veo El Jefe, otro programa que busca el bien de sus protagonistas, premiando a quienes desempeñan su trabajo de forma profesional y mostrando unos empresarios responsables y en busca de la excelencia. Sin embargo, este programa apenas muestra unos pocos días de la vida de sus protagonistas, unos días en los que, si bien desconocen que ese nuevo compañero es en realidad su jefe, sí se saben seguidos por una cámara y, aún así, vemos como se saltan las normas de la empresa y algunos incluso las más elementales normas de higiene. Si esto es lo que hacen frente a una cámara ¡qué no harán cuando están solos!
Así, aunque El Jefe premia a los buenos trabajadores, aunque pone en alerta a quienes puedan pensar que son las siguientes víctimas de la cámara oculta y aunque es un programa en el que el protagonista principal siempre sale bien parado, no tengo claro que la imagen final de la empresa salga beneficiada. Algo que definitivamente no comparten quienes se prestan a salir en el programa, convencidos, supongo, de que lo importante es ocupar una hora de tiempo en el prime time sin pagar por el publireportaje.
Lo importante es que hablen de uno, aunque sea mal, decía el maestro Oscar Wilde.