Esta semana, tras apenas ocho episodios emitidos, terminaba una de las más alabadas series de los últimos meses, la producción de HBO, True Detective, un final que entre otras cosas, colapsaba el servicio de streaming de la cadena.
Protagonizada por dos sensacionales Woody Harrelson y Matthew McConaughey, se trata de la historia de dos antiguos compañeros de una comisaría en una remota localidad de Louisiana investigando un tremendo asesinato ritual.
Desde su estreno, True Detective ha sido considerada la serie del momento, la que hay que ver, la que devuelve a HBO su posición privilegiada en la industria televisiva, episodio a episodio hasta la llegada de ese plano secuencia al final del cuarto que desató por completo las pasiones de los espectadores tanto en EE.UU. como en España.
Y es que el éxito de True Detective lo hemos podido vivir de primera mano gracias a la rapidez con la que los canales de pago se esmeran en traerlos a nuestras pantallas. Una demanda de los seriefilos largamente desatendida pero que desde hace un par de años tiene respuesta en los principales canales de pago, a los que, todo hay que decirlo, hemos terminado asustando con nuestra facilidad para buscarnos la vida cuando algo nos interesa de verdad.
Pero volvamos al tema que nos ocupa. Finalizada la serie, he de decir que, efectivamente, True Detective ha sido una gran producción, una experiencia muy grata, una de esas que te recuerdan por qué amas la televisión, porque las historias por entregas son tan fascinantes a veces, por qué nos gusta vivir en la piel de otros y, sobre todo, lo importante que es una historia bien contada, independientemente de qué sea lo que se nos cuenta.
Porque al final, la historia de los asesinatos en serie de Louisiana no ha sido una gran historia por su trama, sino por otros aspectos, tanto técnicos como interpretativos que nos han dejado un gran sabor de boca. Desde la propia estructura narrativa, partiendo de la mitad de la vida en común de estos detectives para, en un primer momento, mostrar en flashbacks lo que les ha traído hasta aquí y luego, en la segunda mitad de la historia, avanzar en tiempo real.
Al más puro estilo road movie, la experiencia vital que atraviesan los protagonistas les hacen pasar por todos los posibles estados de ánimo, del respeto al más absoluto de los desprecios, del odio a la íntima unión de quienes han pasado por una amarga y complicada experiencia juntos.
Las fabulosas interpretaciones de Matthew McConaughey y Woody Harrelson están también a la cabeza de las grandes bazas de la serie, y seguro estarán presentes en las nominaciones a los premios mas importantes de la industria americana, no puede ser de otra manera. Tan grandes están en sus papeles que en el momento en que supimos que inicialmente habían hecho un casting para interpretar a los personajes intercambiados, podíamos imaginarlos perfectamente en el papel del otro, como si esa simbiosis casi mística que logran en el último episodio fuera real y le permitiera ser parte de uno mismo y también del otro. No sorprendía tampoco ver a McConaughey recibir el oscar hace apenas unos días por otro papel igualmente potente y desgraciado.
Por último, aunque seguro me dejo muchos otros piropos por el camino, el hecho de contar una historia redonda, una que no ha de temer el éxito que estire la temporada o precise de mantener la historia en alto o las tramas inconclusas es, sin duda alguna, una garantía creativa con la que muy pocos autores pueden contar. Pese a que los propios espectadores no querríamos que todas las grandes series fueran así y disfrutamos año a año de nuestras favoritas apostando porque no sea su último año, no es menos cierto que la temporada única y además corta, favorece la creatividad y la capacidad de hacer un producto mejor. A True Detective le ha sentado de miedo.
Post originalmente publicado en Generación Young.