Me paso la vida defendiendo a las televisiones desde cualquiera de los ámbitos en los que tengo presencia, ya sean profesionales o personales. Estoy cansada de que se de por sentado que una televisión es un ente maligno y también de ver críticas absurdas a cualquier programa de ficción por parte de los representantes de determinados colectivos que siempre e inevitablemente se ven «ridiculizados» en comedias, solo para hacernos reir, asumiendo que la gente no es capaz de abstraerse del entretenimiento y pidiendo la retirada de estos programas por denigrar a los representantes de ese colectivo concreto. Es cansino, previsible y una tontería que, sin embargo, no deja de ocurrir cada vez que se estrena un producto nuevo, el último que yo recuerdo, Con el culo al aire, por el que protestaron los miembros de la Federación de Campings de España.
Este tipo de protestas de colectividades es muy habitual en EE.UU. donde los grupos de presión, fundamentalmente el Parent’s Television Council, muy conservadores ellos, no le pasan una a las teles, clamando al cielo casi cada semana por los contenidos que emiten y pidiendo constantemente a los usuarios el boicot a las marcas que auspician programas como la versión norteamericana de Skins, que perdió anunciantes hasta ser retirada de MTV. En un acto de reafirmación de sus convicciones, Clearasil decidía mantenerse firme en su patrocinio del programa, convencidos de que se trataba tan solo de ficción y de que el apoyo les reportaría un importante apoyo de su público más deseado, el juvenil. Como siempre en estos casos, los espectadores son un grupo de presión, pero no dictan las normas y son las marcas las que, libremente, deciden si su protesta tiene sentido y optan por apoyarla, o no.
Todas estas protestas son parte ya del ecosistema televisivo, un elemento más de un juego de poder y relevancia social que dura lo que dura una tableta efervescente en un vaso de agua y son finalmente los espectadores los que deciden: si el programa tiene audiencia se queda, si no la tiene se va, pese a quién pese, moleste a quién moleste.
En esta dinámica socio-televisiva estábamos cuando en España nos enfrentamos al caso La Noria, resumido en esta presentación de su principal impulsor Pablo Herreros, que hoy se despierta con la noticia de que ha sido demandado por Telecinco, por nada menos que amenazas y coacciones. Como seguidora del caso desde el primer día (aún recuerdo a Pablo en twitter pidiendo ayuda para anotar las marcas que aparecían en la emisión del fatídico programa) no puedo comprender qué está pasando en la cadena para que tengan esta inquina contra él. O mejor dicho, entiendo que simplemente no entienden nada, que la capacidad de las redes sociales para poner de acuerdo a la gente se les escapa, no la conciben si no hay una mano negra detrás y que aún no se han dado cuenta de que Pablo no es «un bloguero» como les gusta llamarlo a muchos, sino un profesional reputado y conocido en el mundo de la comunicación y las redes sociales que, seguido por personas muy influyentes de la red, logró multiplicar su protesta de forma exponencial. Tan simple como eso, sin manos negras, sin oscuras intenciones, solo la última gota que colmaba un vaso que en ese momento estaba realmente lleno, con el horror diario que desde todos los platós de Telecinco nos llegaba, inmersos como estábamos en el juicio por la muerte y desaparición de Marta del Castillo. Un caldo de cultivo que se había cocinado en la propia cadena, con mañanas dedicadas casi monotemáticamente a mostrarnos la crueldad de asesinos y cómplices como «el cuco», cuya madre tenía el valor de aparecer en un programa para defender a su hijo (hasta aquí todo entendible) cobrando (único detalle que sublevaba al personal y hacía que todos nos volcáramos en apoyar una petición tan humana como la de no financiar este tipo de entrevistas).
El resto de los acontecimientos son conocidos por todos y no voy a volver sobre ellos aquí. De todas las reacciones que podían haber tenido en Telecinco, creo que eligieron la peor, la de hacerse las víctimas, la de retorcer los motivos por los que la gente estaba enfadada, los motivos que llevaron a las marcas a retirarse, buscando una promoción fácil, por supuesto, pero esta promoción no se habría dado si el fondo de la cuestión no hubiera sido sólido y real, como demuestran otros ejemplos como el de Skins con Clearasil. Hubiera sido sencillísimo disculparse. Me atrevo a decir que no hubiera hecho ni falta comprometerse a no volverlo a hacer, solo disculparse y dejar que pasara la tormenta y habrían quedado como señores. ¡Qué oportunidad perdida de formar parte de la campaña de buenismo de la que acusaban a las marcas!
Y ahora una denuncia que no puedo sino calificar de ruin ¿injurias y calumnias? ¿cuando? ¿dónde? Pocas personas conozco más comedidas que Pablo, más elegantes en su exposición de argumentos, vehementes en muchas ocasiones, apasionados por la capacidad de empatizar con los protagonistas y su entrega a las causas en las que cree y, sobre todo, fundamentadas en hechos. Pablo es metódico y cuidadoso y esta denuncia solo se me ocurre que venga motivada por una cosa: el intento de asustar y hacer callar a una persona molesta. Molesta por haber liderado un movimiento social que solo pedía algo tan simple como un compromiso por parte de las cadenas de televisión, de todas, como no podía ser de otra manera, de que no volverían a pagar a los familiares de criminales por hacer entrevistas y declaraciones. El movimiento tocó a los responsables de las marcas que se anuncian, que también tienen hijas adolescentes, nietas adolescentes, como Marta del Castillo cuyo cadáver, escondido entre otros por «el cuco», sigue sin aparecer.
Yo no logro entender esta cerrazón en las altas instancias de la cadena. Me comunico habitualmente con varios de sus trabajadores, a los que apoyo casi siempre en la difícil tarea de hacer un entretenimiento muy criticado, defiendo sus programas, su constante paseo por el alambre y su actitud muchas veces soberbia, propia de quién vive a la defensiva sacando adelante un proyecto en el que creen. Esto sin embargo, solo puedo calificarlo de maldad intencionada, de intento de hacer daño para callar a una persona, para evitar que se vuelva a salir del tiesto o que cualquiera que venga detrás con intenciones parecidas se lo piense dos veces antes de actuar. Afortunadamente, ni Pablo se va a callar, porque no ha hecho nada, ni la red se quedará indiferente, como prueba la nueva campaña en Change que está habilitada desde hace unos minutos.
Foto: El Periódico
¿Injurias y calumnias? La cosa es peor, pues según El País la querella es por «delitos de amenazas y coacciones» ,algo que a todas luces resultar imposible de demostrar.
Lo que también resulta vergonzoso es que un diario se entere del asunto antes que el acusado.