Hoy es el día mundial de la televisión, una efeméride que llama poco la atención, quizá por eso de que todos los días es el día de la televisión en millones de casas del mundo, que viven rodeadas de sus historias, de sus imágenes o, en no pocas ocasiones, tan solo de la compañía de su soniquete.
En este día, que acostumbra a pasar totalmente desapercibido, algunos se lamentan de la negativa evolución que la televisión ha tenido en estos últimos años, de cómo las audiencias han pervertido los contenidos, creando programas cada vez más amarillos, más morbosos, más apartados de esa idea original del medio que buscaba entretener, educar e informar.
Es cierto, un breve ejercicio de zapping por los canales en abierto nos deja un panorama monótono y en ocasiones desolador: teletiendas, programas de cotilleo, concursos sacacuartos, informativos cortados por el mismo patrón, culebrones y programas antiguos mil veces emitidos.
Sin embargo, nunca la televisión ha tenido una oferta mayor, con tantas posibilidades de encontrar buenos productos, programas de calidad y merecedores de nuestra atención: series históricas con las que aprender del pasado mientras uno se maravilla con la calidad de la producción, series que nos acercan de forma más o menos dura a enfermedades tan comunes y letales como el cancer, documentales fabulosos hechos con las técnicas más novedosas y la mejor calidad visual, incluso películas antiguas, de esas que algunos echan tanto de menos cuando añoran la televisión de los años 60 y 70.
Cuando existe una oferta tan extensa como la televisiva, puede ser difícil encontrar pequeñas joyas que nos devuelvan la confianza en el medio, es complicado abstraerse de los programas de audiencia mayoritaria que más ruido hacen o de los que, sin ser tan exitosos en aceptación, sobresalen en los medios por su desfachatez o episodios de locura. Pero lamentarse de la existencia de estos programas e interpretarlos como un todo es, en mi opinión, un grave error.
Como dice la tan manida pero bella frase de Rabindranath Tagore: Si lloras porque no puedes ver el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas, que tiene una excelente aplicación a la televisión, frente a la que tantas personas, no sin razón, se ponen a llorar, perdiéndose las numerosas posibilidades que más allá de ese primer ejercicio de zapping nos ofrece la televisión hoy en día.
Muy interesante tu punto de vista, pero es complicado llevarlo a la práctica. Sólo ordenar de forma coherente los más de 50 canales en abierto que emite la TDT ya es de por sí complicado. Pero si además sumamos la poca ayuda que dan las cadena para anunciar con suficiente antelación sus contenidos, tenemos que resulta tremendamente complicado captar las películas, series y documentales de los que hablas.
Yo lo sigo intentado 🙂 Saludos cordiales; y gracias por tu bitácora.